Matar a los cucos

Daniel Márquez Soares

La democracia ecuatoriana parece necesitar siempre de un monstruo contra el cual operar. En cada momento de nuestra historia, hemos tenido un villano cuyo aterrador posible retorno constituyó una especie de puntal de nuestro sistema. Flores, Veintemilla, Alfaro, Velasco Ibarra, Assad Bucaram, Abdalá Bucaram, Lucio Gutiérrez; todos, al igual que muchísimos otros, jugaron ese rol en algún momento dentro de nuestro imaginario político. Se trata de una mala costumbre que deberíamos dejar a un lado.

Esos cucos han servido de pretexto para los capítulos más vergonzosos de nuestra historia política. En el siglo XIX, el posible regreso del villano servía para justificar represión, dictaduras y asesinatos; desde el XX, hasta hoy, ha sido la excusa para violar principios democráticos básicos. Las arbitrariedades que sufrieron Velasco Ibarra o Assad Bucaram, con una clase tutelar pudiente-uniformada arrogándose el poder de decidir quién podía gobernar, resultan nauseabundas. Los golpes de Estado contra Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, con la sucesiva persecución maquillada de legalidad, constituyen manchas en nuestra historia democrática a las que no hemos dedicado aún suficiente reflexión.

No solo ha sido algo incorrecto, sino también poco práctico. Los cucos de la historia ecuatoriana terminaron en su mayoría recuperando protagonismo, en gran parte gracias a que los convirtieron en leyendas. Asimismo, siempre que se ha intentado soterrar ilegítimamente a un caudillo, su lugar ha sido ocupado por alguien peor y más peligroso.

El cuco de turno se llama Rafael Correa y el gobierno, al momento de lidiar con él, está cayendo en las mismas aberraciones que el país ha visto durante dos siglos. La única forma de acabar con un cuco político, de romper su maleficio, es vencerlo en las urnas. El expresidente Correa, sin la burocracia en su rol de pagos, sin el presupuesto del Estado para gastar en propaganda, sin los medios públicos y, sobre todo, ya sin la fama de hombre honesto y el equipo de abnegados maquiavelos que tenía en sus inicios, no es el monstruo electoral que tantos quisieran que sea.

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