El fin del “Torquemada” criollo

Ugo Stornaiolo

Se van alejando los días oscuros de la persecución a los que disentían, a los que pensaban diferente, cuando salirse del esquema ordenado por el gran “conductor” era cuestión de estado y de seguridad nacional.

De limitado reportero de canales privados -satanizados por el régimen- Telemazonas y Ecuavisa, Carlos Ochoa pasó a convertirse en presentador estrella de Gama TV con un impresionante sueldo y prebendas que le facultaron hacer uso de los dineros del canal para la adquisición de bienes para uso personal.

En ese canal incautado que utilizó los recursos que todos los ecuatorianos pagaban en impuestos y que fue llevado al despeñadero y a la quiebra, al punto que el propio gobierno de Lenín Moreno denunció esos abusos.

Luego fue el zar de la comunicación, como superintendente. Por todo ello, Carlos Ochoa ha sido juzgado por la opinión pública y por las instancias de control a las que debía su gestión desde que formó parte de Gama hasta llegar al cargo de superintendente de Comunicación, convirtiéndose en una especie de “Torquemada criollo”.

Torquemada fue confesor de Isabel la Católica y primer inquisidor de Castilla y Aragón en el siglo XV. Inició la mayor persecución a judeoconversos, entre 1480 y 1530. Se lo recuerda por su intolerancia. “Gracias” a él, la Inquisición vigiló la vida de cada individuo en España con una minuciosidad poco igualada hasta los siglos XX y XXI.

Quedan en el camino las empresas de comunicación que no se sostuvieron por los castigos y sanciones. También, valiosas carreras periodísticas interrumpidas e incluso terminadas. Queda una Ley de Comunicación que debe ser reformulada o eliminada. La prensa fue atacada por RC para impedir fiscalizar su pavorosa gestión (la cifra de 35 mil millones de pérdidas por corrupción en la “década ganada” provoca urticaria).

Ochoa se va y no será extrañado. Quedan sus fallos absurdos y multas contra periodistas, opinionistas y caricaturistas, ayudado por un grupo de comunicólogos y semiólogos que demostraron cómo la prensa puede ponerse al servicio del poder y perder su esencia de servicio a la sociedad.

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