Lo que no quisimos ser

Daniel Marquez Soares

Es interesante volver a ver, más de veinte años después, las intervenciones de Alfredo Adum. El entonces Ministro de Energía escandalizaba a la opinión pública con cada una de sus entrevistas y declaraciones, al punto de convertirse en el símbolo de la grosería, la chabacanería y el descontrol en la esfera pública. Sin embargo, hoy en día, esas mismas apariciones ya no resultan tan perturbadoras. Al contrario, sus modales resultan más cercanos a lo usual que a lo extravagante en la política contemporánea y muchos de sus argumentos y quejas, que elevaba a voz en cuello, resultan convincentes y racionales.

También vale la pena sentarse a apreciar, con paciencia y ecuanimidad, los discursos y apariciones de muchos de esos líderes de nuestro pasado reciente que se juzgaban de corte “populista”. Al escuchar los discursos u observar el comportamiento en cámara de José María Velasco Ibarra o de Jaime Roldós, se hace difícil creer que, hasta hace no mucho, políticos armados de ese tipo de lenguaje ampuloso e imagen acartonada podían tener sintonía con las grandes masas. Hoy su estilo habría que buscarlo en la geriátrica rectoría de un colegio religioso o en algún juzgado congelado en el tiempo. Lo mismo sucede con Carlos Guevara Moreno o Assad Bucaram, populistas del pasado que hoy pasarían por refinados cultores de las formas.

Es fácil culpar a los villanos del momento, suponer que estamos viviendo un hundimiento sostenido del raciocinio y las buenas costumbres empujado por los irresponsables protagonistas de la política actual. Pero no es así. Puede que cualquier sabatina de Rafael Correa superara con creces a las mejores jugadas de Adum o que cualquier candidato promedio hoy rebase en desparpajo a toda la cúpula del CFP de antaño, pero estos comportamientos son síntomas, no causas, del fenómeno que vivimos.

Durante siglos, encabezados por la elite rectora, los ecuatorianos tratamos de ajustarnos a moldes externos que dictaban como deberían ser la política y la administración pública. Sin embargo, en los últimos años, hemos optado por buscar representantes que encarnen genuinamente lo que somos, no gobernantes tutelares que simbolicen nuestras aspiraciones.

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