El famoso Grabieli

Susana Freire García

Suelo creer que existen varias clases de sueños: los que pueden cumplirse en cualquier momento; los que con esfuerzo y tenacidad son alcanzables más allá del tiempo que se emplee en ello, y los que definitivamente solo se quedan en un deseo.

Estos últimos, precisamente, suelen acompañarme en estas tardes de lluvia y con su calor, son capaces de esbozar una sonrisa en mis labios, a pesar de que sé que no los alcanzaré.

Esta alegría se acrecentó una de estas tardes, gracias al encuentro con un personaje de la década de los 20’, que hizo las delicias de los quiteños con sus dotes de actor, cantante, ilusionista y prestidigitador.

Y es que mi sueño imposible se vincula precisamente con esa década, ya que me hubiese gustado pertenecer a una de esas compañías de actores itinerantes, a fin de encarnar a cuanto personaje hubiese sido posible, en los diversos teatros del mundo. Cabe recalcar que solo en esos años mi sueño tendría sentido, ya que fue en ese periodo en el que pulularon estos actores capaces de conmover al público con artilugios, actos de magia, evasión, drama, suspenso e ilusiones preconcebidas.

En el Hotel Metropolitano, habitación Nº 20

Grabieli (Eladio Carlos López de Gabriel) fue un actor español nacido en Jerez, que desde joven se había dedicado al mundo del teatro.

Para enero de 1919 tenía 35 años y consideraba que “ya estaba viejo” para seguir actuando. Y mientras el artista se confesaba con los jóvenes redactores de la revista Caricatura, en la habitación Nº20 del Hotel Metropolitano, la prensa anunciaba con bombos y platillos su actuación en el Teatro Sucre para el sábado 11 de enero de 1919.

A través de las páginas de diario El Comercio, los lectores se enteraron que Grabieli en compañía de la tonadillera Marisol, brindaría un nuevo couplet con un repertorio en el que constarían canciones como ‘Tango Fatal’.

Estampa. Una mirada del Teatro Sucre de antaño. (Foto: Archivo MCyP)
Estampa. Una mirada del Teatro Sucre de antaño. (Foto: Archivo MCyP)

Además el artista en agradecimiento al público quiteño, se comprometió con el Jefe Político a destinar el 10% de la recaudación de sus tres primeras funciones, a beneficio de la construcción de la línea férrea de Quito a Esmeraldas, y la recaudación íntegra de las dos últimas funciones a la construcción de la carretera a Santo Domingo.

En medio de sentimientos encontrados, Grabieli había escogido específicamente a la ciudad de Quito para despedirse de los escenarios, y abandonar “la ingrata vida de artista”, a fin de trabajar en actividades más productivas. ¿Por qué en esta ciudad y no en otra? Por varios motivos, en primer lugar porque según el artista, el Ecuador le había encantado desde la primera vez que lo visitó, y en segundo lugar porque tenía en mente un proyecto de vida, que no tenía nada de ilusionismo y sí mucho de realidad.

De Jerez a Santo Domingo

El lado sensible de Grabieli había dado paso a su lado más práctico, y fue así como los redactores de la revista Caricatura se enteraron que el actor había adquirido una propiedad en Santo Domingo de los Colorados, para hacerla producir.

Ante la incredulidad de sus entrevistadores por la viabilidad de su proyecto, Grabieli afirmó que él mismo iba a trabajar y a mandar, de tal manera que no existiesen intermediarios, motivo por el cual se trasladaría con toda su familia para radicarse en esta ciudad. Por ello es que en su librito de notas, las melodías estaban siendo reemplazadas por una lista en la que se enumeraban seis machetes, doce hachas, kerosene, aguarrás, entre otros.

Claro que todavía había espacio para la creatividad, más aún cuando animado por la simpatía de los jóvenes periodistas, Grabieli empezó a entonar la canción ‘Agua que no has de beber’ para que Guillermo Latorre copiase la letra y la publicase en Caricatura. Antes de culminar la entrevista le solicitaron contase una de tantas anécdotas vividas como artista, a lo que él supo responder que en ese momento no se acordaba de nada, aduciendo que “los artistas al igual que los periodistas nunca dicen lo que sienten”.

Lo que sucedió después con Grabieli en Santo Domingo, queda a la imaginación. No sé si en medio de las pesadas tareas, se vio tentado a realizar algún acto de ilusionismo para alivianar la dura tarea de laborar en el campo. Yo quiero creer que sí, y que su cantarina voz seguía resonando imaginariamente en aquellos escenarios de los años veinte, para deleite de alguna señorita que sentada en una butaca soñaba con ser artista…
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