Poesía de una maestra

POR: Germánico Solis

Quizás fue la emotividad de un grupo peregrino o el asombro de contados sabios exploradores, o quién sabe, fue la voz amantísima de un trovador en delirio, la que llama ‘Balcón de los Andes’, al apacible pueblito de Mira. Quien haya sido, lo hizo inspirado en la impresionante perspectiva que causa el límpido azul regándose sobre volcanes y acompasadas depresiones de la Cordillera de los Andes. Desde Mira se ve el eternal beso que da el cielo a la tierra y es evidente la excelsitud de los confines.

Pero Mira es también un acicalado de huertos y casitas que despistan al tiempo. Su suerte campesina forma hombres y mujeres seducidos por la naturaleza. Allí la gente ama al arroyo, la siembra, son familiares con la lluvia y las faenas arregladas con animales y aves. Todo es cercano y nada es ajeno, de allí que son inolvidables los tiernos años de la maestra Ketty Ruales Palacios. Fue tiempo de juegos en la trilla, imposible dejar de sentir la luz de la luna en las rondas nocturnas. Cuántos recuerdos de su padre Humberto y su madre Zumelia cuando administraban una hacienda.

A los seis años Ketty Ruales deja las aficiones de montar a caballo y por las parvas de tamo coautoras de travesuras. Era 1940, año que se establece en Ibarra para educarse en las Betlemitas y luego en el Teodoro Gómez, institución que graba para siempre el nombre del profesor Juan Francisco Cevallos y otros insignes maestros. Su apego al arte lo determina su participación en una presentación de ballet.

Estudió radiología en el Eugenio Espejo. Ingresa al magisterio y vuelve a Mira como profesora. Crea la escuela Carlos Martínez Acosta, en la que la casa de un vecino era el aula, por bancas había tablas y los asientos eran adobes. Su padre aportó con un pizarrón, un ábaco y las tizas. A los 19 años contrae matrimonio y se radica en Guayaquil.

Posteriormente vuelve a Mira como maestra con nombramiento. Viene a Ibarra a la escuela Leopoldo N. Chávez, para educar a las comunidades indígenas, en ese tiempo los profesores matriculaban en los domicilios, el maestro era conserje y autoridad.

El mejoramiento de su titulo en el Normal San Pablo de Lago, le encauza a mirar la educación de otra manera, y es la poesía y la dramatización la herramienta ideal. Escribe entonces los primeros poemas. Con la ayuda de la historia monta escenificaciones de fechas memorables, los mensajes son formativos y de agrado de los auditorios.

Con su esposo Humberto Oña, maestro, historiador y periodista, escribieron algunos libros que son verdaderos tratados en la educación. Uno de los más importantes “Horas Sociales y Cívicas”, en él se juntan poesía, himnos y sainetes.

Algunos de sus poemas están en los libros Reminiscencias y Nostalgias, y Vivencias. Es miembro de la Casa de la Cultura de Imbabura, Confraternidad Bolivariana, Centro Femenino de Cultura, Señoras profesionales y de negocios. Ahora jubilada doña Ketty, cree en el poder de la poesía, en su familia y en el de Dios. Sus postulados se difunden en un programa radial de la UTN, en el que con su voz, todos los jueves entrega importantes enseñanzas y amparos para la tercera edad.