Turismo interior

POR: Luis Fernando Revelo

Se cuenta que cierto conocido crítico, bebedor contumaz, fue un día a visitar un museo. Como de costumbre se encontraba en un estado de ebriedad total. Apenas hubo franqueado el umbral de la primera sala del museo, se detuvo ante un espejo, que naturalmente reflejó su propia imagen. El crítico imaginó encontrarse ante uno de los cuadros que buscaba y se puso a contemplarlo quieta y largamente. Al cabo de un tiempo prudencial sacó su agenda y anotó: “Sala de entrada. Cabeza de borracho. No tiene firma. Mucho carácter. La nariz roja sobrecoge por su realismo, así como la fisonomía embrutecida del sujeto. Debe ser un retrato hecho del natural, pues yo he visto esa cara en alguna parte”.

Con el miércoles de Ceniza hemos entrado en la época de Cuaresma, un período de 40 días de preparación para celebrar dignamente el misterio pascual de Cristo. El ser humano necesita adentrarse en sí mismo, detectar ese potencial de fuerzas oscuras que subyacen inmóviles en su interior. Entretenidos en el tráfago de la existencia diaria, huimos del conocimiento de nuestro “yo”, igual que el hombre de la parábola inicial. Conocemos tantas cosas, pero nuestro interior es un capítulo desconocido. Desconectados de nuestro íntimo ser, nos hemos reducido únicamente a los personajes que representamos en la vida cotidiana. Ninguna época como esta para hacer turismo interior practicando el ayuno, la limosna y la oración.

Hay gente que vive instalada en “la dolce vita”. Son aquellos que se pasan la vida en blanco. Son como un libro en el que nada se escribe. Sus ideales sólo convergen hacia el mundo oropelesco, la moda, el sexo, el placer. Seremos valientes en la medida en que nos enfrentemos con nuestro propio yo para mejorarlo. Y la Cuaresma es precisamente para eso.