Fantasmas cognitivos

Un profesor me contaba que había sido parte del equipo de investigación de un gran nombre teórico y que todos los pasantes, aprendices e investigadores nuevos hacían todo y que él solo revisaba y firmaba. Lo mismo pasaba con los talleristas de un oficio.

Los escritores fantasmas o negros literarios son aquellos anónimos que trabajan para que quien los contrató firmen. Aquí en el país conocí a un caribeño muy divertido que no tenía empacho de trabajar así. Se divertía mucho y hacía lo que le gustaba: escribir.

El pacto entre el aprendiz y el maestro aún es práctica entre peluqueros que enseñan a no dejar huecos en el cabello, sastres que viran ternos, zapateros que ponen corridas; por ello se les dice maestros.

Pero ya es inaudito que aun quienes profesan el procomún, quienes compiten y denuestan al capitalismo cognitivo, sean peores que los latifundistas con sus huasipungueros, a merced de que les consiguen un puesto burocrático o un contrato bajo su cobijo. Así es como muchos de los intelectuales de la llamada revolución ciudadana han logrado escribir sendos libros, tratados, compendios, ponencias, críticas, amorfinos, florilegios, anagramas y adivinanzas.

Porque ellos saben y pueden todo, porque ellos tienen el dinero del Estado para pagar a ese escritor fantasma, porque sus antojos se costean del erario público, porque siguen pensando como hacendados, reivindican el trabajo y salario justo, pero para sí mismos y su ego.

Talleristas anónimos, escritorzuelos fantasmas y nunca mejor dicho, negros intelectuales, que glorifican al padre ideológico, pensando en que son alfiles de la liberación humana, siendo ellos el resorte que mantiene el régimen de esclavitud intelectual bajo un membrete falso de pensamiento crítico.

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