Despotismo insolente

CARLOS CONCHA JIJÓN

Al despotismo podemos calificarlo sin ninguna duda de insolente, porque deviene de la audacia de un atrevimiento, en una mezcla de cinismo y de descaro, en donde una conciencia trastocada ejerce una fuerza suprema, que hace gala en un plano de opresión y desvarío.

El despotismo de por sí lleva implícito el atribulado estatus de un pensamiento sumergido en el marasmo de una conciencia apegada a la sin razón, bajo el dominio de un temperamento irascible, que ordena irreflexivo, sin dar oportunidad a las rectificaciones. La insolencia del despotismo es fuerza avasalladora, implacable, conducta irracional con obediencia extrema y la fuerza impositiva bajo la careta nefasta del tirano.

Generalmente los déspotas aparecen cuando son contaminados por el poder que da muchos privilegios y el engolosinamiento, abriendo una brecha de ambición en la dignidad y la consiguiente pérdida del respeto a los derechos de los demás. Los regímenes despóticos y por consiguientes insolentes han sido frecuentes en América, pues, dejaron cicatrices de dolor para toda la vida en la colectividad americana.

Los gobiernos que abrazaron el despotismo, sin duda, llegaron en aparentes democracias, para luego hacer los cambios constitucionales o no que les permitieron aferrarse al poder, imponiendo las directrices por caminos llenos de desgracia, violando leyes, ejerciendo todos los poderes, creando gobiernos persecutorios y adueñándose de la riqueza nacional, como producto de la corrupción. Fueron sagaces en manipular las elecciones libres, atropellando la voluntad popular, pero a fin de cuentas se ganaron el rechazo de la vindicta pública y la condena de un pueblo enardecido.

Resulta un imperativo que el pueblo ecuatoriano, luego de los atropellos sufridos en los gobiernos despóticos, tengamos la fuerza de voluntad para proclamar con dignidad la democracia e impedir estas situaciones, en donde se vulneran nuestros derechos y libertades.

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