Quienes marcan nuestras vidas

Fabián Cueva Jimenez

Cuentan que un alacrán se estaba ahogando y que un profesor de visita al campo con sus alumnos tendió la mano y lo sacó, el bicho lo picó y cayó al agua, nuevamente el maestro lo sacó y otra vez fue picado. La escena se repitió tanto, que un niño preguntó al terco maestro la razón de su insistencia. La sabia explicación: la naturaleza del alacrán es picar, la mía ayudar.

El 13 de abril en Ecuador es el día para reconocer a las personas que en la sociedad más ayudan a su construcción, homenaje sin elevar incienso en favor de los maestros, profesores, mediadores, facilitadores, generadores del cambio, porque el incienso es más tóxico cuando traen partículas de hipocresía y falsedad, realidad patentada por alguien: “déjate de inciensos conmigo que no lograrás lo que buscas”.

Los testimonios a los maestros deben ser sencillos para todos: al que cuenta, explica, demuestra, pero especialmente al que inspira. A los que nos marcaron la vida dejando huellas, al que siempre está pensando en su responsabilidad ante el mundo, al que se emociona intelectualmente cuando ve que su alumno aprende y para el que se siente abatido, desilusionado, cuando hay desidia de sus alumnos, indiferencia de los padres y manipulación política.

Es el día para pensar en el mejor profesor de su vida, en el que seguramente fue más allá de su trabajo, título o cargo, sin agotar su vocación, más allá de las disciplinas, inspirando la gratitud de Peter Ruiz: “Aunque el tiempo haya pasado/envejeciendo a su piel/él, a su experiencia, fiel/de enseñar no se ha olvidado”.

Día para que también las autoridades reflexionen sobre lo que maestros reclaman: equiparación laboral, disminución de la carga de trabajo, jubilación digna, recategorización y especialmente auditoría administrativa, financiera y pedagógica, necesaria en época de intenciones por resucitar a la transparencia.

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