La seguridad económica

JORGE ZAMBRANO ANDRADE

Los más grandes retrasos de nuestra economía es trasladar la estabilidad de las grandes variables financieras del país al bolsillo de los ciudadanos. No es raro encontrar que mientras el discurso oficial se concentra en destacar los logros de mantener equilibrados el tipo de cambio, las reservas internacionales, los movimientos en el mercado de valores, la inflación o la balanza comercial, entre otros, la percepción ciudadana es que el salario se encuentra estancado y su poder adquisitivo en declive.

El país ofrece trabajo con base en estadísticas oficiales y opiniones de amas de casa, que describe lo poco que una persona que gana uno o dos salarios mínimos puede comprar con dicha cantidad. Cuando se advierte el desfase entre lo que el discurso oficial sugiere y lo que la gente vive cotidianamente al ir de compras, es entonces cuando se debe explicar la manera de cerrar la brecha, de tal suerte que prueben y se convenzan, en los hechos, de la efectividad del modelo económico.

Se deben explicar con la realidad planteamientos como el que para mantener controlada la inflación es preciso congelar los salarios, no permitiendo que éstos rebasen un mínimo porcentaje que siempre estará por debajo del crecimiento anual de los precios. A nadie conviene una escalada inflacionaria como las que experimentamos hace un par de décadas, pero tampoco la severidad financiera ha de llevarse al extremo de estrangular a la población en aras de mantener los indicadores a raya. También sería preciso demostrar que el crecimiento importante de sectores concretos de la economía, como la agricultura que está derramando sus bondades entre la población, porque quedarse en un nivel de explicación imprecisa, en el que las gráficas sustituyen a los seres humanos.

Lo más importante debe ser el entendimiento de que el saneamiento de las finanzas públicas y el manejo responsable de la economía no tienen por qué estar peleados con el bienestar de la gente. Ciertamente, la estabilidad financiera del país permite, en teoría, perfilar un escenario de bonanza salarial, de tal suerte que las buenas noticias presidenciales no queden en la percepción popular sólo como buenos deseos o, peor aún, como cuentas alegres. La economía debe ya derramar sus bondades.

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