Pistoleros ideológicos

Daniel Marquez Soares

Ecuador quiso ser un país de izquierda y con conciencia social, sin dejar de llevar dólares en el bolsillo y consumir bienes importados. Deseaba el bienestar de los países ricos junto con la virtuosa e inofensiva ingenuidad de los pueblos atrasados; prosperidad moderna, sin el aparato productivo necesario para ello ni las arrugas morales que implica. Es imposible vivir así. Por eso es que ahora tenemos esa colosal deuda acechándonos.

Margaret Thatcher dijo la verdad al afirmar que no había opción al liberalismo desalmado que proponía. Hubiera sido justo que añadiera que no eran las leyes cósmicas ni la biología humana quienes no dejan otra opción, sino el sistema actual y la formación del hombre contemporáneo. Si se apega a las reglas de juego del sistema mundial actual, la única forma posible de operar que tiene una sociedad implica darles la razón a todos los codiciosos y cínicos ideólogos del capitalismo amoral. No hay otra manera, de verdad que no, de cumplir con las obligaciones y ser un abnegado miembro de la comunidad internacional.

Las sociedades prósperas, con capacidad productiva y fuerza para defenderse, pueden darse el lujo de mantener una convivencia civilizada. Las sociedades débiles, como la nuestra, se ven obligadas a echar mano de una mezcla de coerción y vulgar lavado de cerebro para mantenerse operativas. La gente que votó el año pasado no quería eso. El propio Lenín Moreno seguramente tampoco quería eso. Pero eso es lo que tendremos desde ahora porque, de verdad, no hay otra opción.

Suelen haber jovencitos pusilánimes herederos de grandes fortunas que carecen del coraje para llevar a cabo acciones para remendar embrollos en sus empresas. Prefieren contratar a inescrupulosos capataces tecnócratas para que hagan el trabajo sucio. El presidente Moreno ha tenido que hacer lo mismo: abrir la puerta de su gobierno a sujetos ideológicamente convencidos de la necesidad de llevar a cabo ajustes despiadados para preservar ese sistema en el que creen y del que se benefician más que nadie. Sentirán un sádico placer, con una década de atraso, al recordarnos que nunca dejamos de ser unos pobres muertos de hambre.

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