La Gruta del Socavón en Otavalo

POR: Germánico Solis

Cuántos rincones impresionantes tienen las ciudades y pueblos de nuestra querida provincia de Imbabura, enumerarlos es difícil y categorizarlos mucho más, podría conllevar a errores o falsos patrioterismos. Pero es bueno distinguir que muchos de esos imponentes lugares, fueron obra de la naturaleza en unos casos, en otros por las manos y el ingenio humano, y en no pocos ha sido a causa del moldeamiento de las dos potencialidades.

Voy a referirme a un portentoso lugar otavaleño conocido como la Gruta del Socavón, en cuyo interior está asentada la efigie de la Virgen de Monserrate, presente y venerada en el lugar desde 1961, y declarada mucho antes como Patrona de los otavaleños. Antiguamente fue un sitio ceremonial de los nativos que sus prácticas valoraron el agua y otras esencias que desde su cosmovisión les atribuyeron poderes sobrenaturales.

La Gruta del Socavón esta en un lugar bucólico, y sin que sea un capricho o accidente artificial esta allí desde siempre. La oquedad abstrae, incita a responder los misterios de las profundidades de la madre tierra y sus enigmas. Más tarde, los hombres urdieron el cruce de la línea férrea que rebasando el nivel de la gruta se orienta a Ibarra, dejando pasar por debajo de un puente de guijarros, el tráfico que rueda por un camino empedrado. Hay una bifurcación que nace en la casa de la familia Brazales y que deriva la calle que va al barrio Monserrate y la vía del tren.

Visitar el sitio ilustra que Otavalo es el nombre que se dio a la región por así llamarse el cacique mayor a la llegada de los españoles, que en 1582 los principales pueblos del Repartimiento de Otavalo fueron: Sarance, San Pablo de la Laguna, Cotacache, Tontaquí, Urcuquí, Las Salinas e Inta. Que en 1811 el Asiento de Otavalo fue elevado a Villa y en 1829 alcanza el título de Ciudad por decreto del Libertador Simón Bolívar. Asimismo que en 1962 el pueblo otavaleño y la Curia Diocesana determinan el levantamiento de un Santuario en la Gruta de Socavón con ocasión del Concilio Ecuménico Vaticano II. Doña Susana Mancheno de Pinto y otras dignas señoras integrantes de un sacramental grupo determinaron la celebrada consecución.