Derechos de los discapacitados

Jorge Zambrano

Las personas con discapacidad tienen los mismos derechos que cualquier otra persona, pero no las mismas oportunidades para ejercerlos, pues las barreras de actitud y entorno evitan que quien tiene alguna discapacidad física, sensorial, mental o intelectual pueda participar plena y efectivamente en la sociedad.

La discapacidad, no se presenta como una enfermedad. Las Naciones Unidas y la necesidad de modificar esto en lo legal, político, social, económico y cultural a fin de hacerlo universal para cualquier persona.

En nuestro país las personas con discapacidad viven en desigualdad. Por ejemplo, para tener un diagnóstico acertado, recibir estimulación temprana, cruzar la calle, usar el transporte público, ir a la escuela y recibir educación, contar con servicios médicos, estacionarse, hacer un trámite público, entrar a un restaurante, embarazarse, utilizar un avión, encontrar instalaciones deportivas, asistir al cine o al teatro, utilizar un baño, vivir en una familia integrada, sacar un pasaporte, conseguir un empleo, tener un ingreso suficiente, buscar una beca, votar, casarse, abrir una cuenta bancaria, practicar un culto, vivir la sexualidad libremente, tener un juicio justo, comprar un seguro médico, obtener un crédito, abrir un negocio, ver a los amigos, leer, llegar a un cargo público, envejecer… y un larguísimo y doloroso etcétera.

Con base en lo que plantea las Naciones Unidas, la Comisión de Derechos Humanos presentó un Informe sobre los derechos de las personas, en dicho informe se analiza la situación que viven en relación a los siguientes derechos: salud, educación, trabajo, accesibilidad, acceso a la justicia, igualdad y no discriminación y capacidad jurídica.

En cada tema se analiza la legislación internacional, federal y local, se revisan programas y se describe de qué forma se están violando estos derechos. Se presentan además una larga serie de propuestas para la Asamblea, el Gobierno y el Tribunal de Justicia.

Además, en el entorno social nos hemos acostumbrado a la desigualdad, aceptamos como natural la discriminación, no hay alarma social si quienes han esperado desde siempre lo siguen haciendo, ni hay costos políticos o económicos que incentiven u obliguen los cambios necesarios.

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