Luchar por Venezuela

En Venezuela rige una dictadura. De eso no hay duda. Los medios de comunicación y las redes sociales dan cuenta de una barbarie cotidiana y normalizada. Parece increíble, pero en el siglo xxi y a pocas cuadras de distancia del Ecuador, uno de los países más ricos del mundo está quebrado y sumido en un régimen de terror donde los gobernantes han secuestrado las instituciones, han hecho del Estado su hacienda y están literalmente matando de hambre a un pueblo.

En otras palabras: un puñado de dictadorzuelos han convertido a un país en su piñata y han despojado a millones de personas de algo tan sencillo como aterrador: sus derechos y la garantía de su vida.

Frente a este escenario, la comunidad internacional ha dejado un sabor de impotencia. Sí, Venezuela ha sido objeto de sanciones económicas, congelamiento de cuentas, retiro de embajadores, bloqueos, entre otras medidas. Sí. Pero eso no ha bastado. Para algunos, de hecho, esas medidas son contraproducentes porque a la final las termina pagando el pueblo que no puede acceder al mercado internacional de medicinas o abastos.

Ese aislamiento que como correctivo plantea la comunidad internacional, puede incluso ser el aliciente para un gobierno que cada vez se siente menos comprometido a rendir cuentas de cómo garantiza la vida de su gente. Esas sanciones internacionales pueden implicar silencio, pueden volver a las víctimas invisibles.

La intervención militar, ya susurrada por ciertos actores, sentaría un precedente nefasto para las relaciones internacionales. De otro lado, una salida pacífica al conflicto que pueda sentar en la mesa de negociación a la oposición y al gobierno ya se ha tratado y ha resultado en un teatro maléfico. ¿Qué más podemos tratar? Muchas cosas. Podemos empezar entendiendo que la lucha por Venezuela es un deber moral, ético y ciudadano, más allá de la nacionalidad que nos cobije.

Después hay que demandar una posición contundente del Ecuador en la arena internacional. No más medias tintas. Mantener un criterio laxo sobre la situación venezolana nos convierte en espectadores silenciosos de un crimen.

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