Duendes en TV

No son imaginarios ni fantásticos. Durante el correísmo, tres rondaban cerca para apropiarse del espacio radioeléctrico y pretendían acaparar la radio y televisión del país. Sus pactos con autoridades hoy causan alboroto y estruendo porque buscaban evadir impuestos y rodearse de testaferros. Si destapamos su gigante sombrero escarlata, sus puntiagudas orejas los delatan como tres conglomerados de usureros de la propaganda.

El asambleísta Jorge Yunda se postuló para 46 frecuencias. Un duende color Canela avispado con apodo propio: Loro Homero. Con capacidad de mutabilidad y habilidad para esquivar entrenadores de fútbol y auditores de contratos. Los jugadores del equipo El Nacional lo recuerdan más que a la cancha deportiva o al balón de fútbol pues fue un goleador con fondo del grupo musical Sahiro, de su propiedad.

Es que hacer farándula y contar cachos en TV fue suficiente para llegar a la presidencia del entonces Consejo Nacional de Radio y Televisión, luego al Parlamento y, tal vez, hasta ser alcalde de Quito y trazar la pintura del mayor conglomerado mediático nacional.

Al fantasma Ángel González nadie lo ha visto, en cambio. Dicen que es un ser fantástico, juguetón, travieso, burlón cual actor de telenovela que quita y pone gobiernos. Si alguien quiere ser presidente tiene que acudir a su mágica oficina en Miami. Pero la historieta tiene un informe de Contraloría, que indica que este mexicano se postuló para 19 frecuencias con maniobras torcidas al engordar el mayor emporio mediático latinoamericano, vendiendo enlatados de TV y comprando canales y diarios. Pese a la ley local que reniega sobre la venta a extranjeros y antimonopolios, él compró y abarcó frecuencias.

El último, Lenin Andrade, un manaba dueño de 13 empresas, tan campante en el concurso de concesión como Ricardo Rivera, el tío del preso Glas, de Televisión Satelital. Estos duendecillos del estado de propaganda durante el correato se alinearon al negociado entre compinches dentro de los vericuetos de la impunidad, los mil amarres y la corruptela. La Agencia de Regulación y Control de las Telecomunicaciones es cómplice de una componenda, aún sin rasguños, tan paisajista como para dar 1.472 frecuencias de radio y TV a duendecillos de corbata y limosina.

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