Mañas de empresario

Daniel Marquez Soares

El presidente Lenín Moreno adolece de un ya célebre afán, astutamente alimentado por sus nuevos amigos, por complacer al hombre blanco. Este deseo, tan arquetípico, lo está llevando a hacer realidad un viejo anhelo de nuestra acomplejada oligarquía de aspiraciones civilizatorias: manejar el Estado como una empresa.

El despido para arriba de la excanciller María Fernanda Espinosa y el progresivo cerco alrededor de Correa nos remiten, más que a viejos manuales renacentistas sobre el manejo y preservación del poder, a las mañas que se aprenden en el departamento de recursos humanos de cualquier empresa privada.

Nada más “empresarial” que premiar con algún buen puesto, cerca de cocteles y lejos de la producción y del poder (donde de verdad se puede hacer daño), a un temible, inconforme e inescrupuloso empleado que conoce demasiado bien esos trapos sucios e ilegalidades de la administración anterior, instigadas por los accionistas.

Nada más “empresarial” que “infiernizar” al viejo jefe caído en desgracia, una vez que podemos sacarnos la máscara, reactivar la producción de testosterona y darle el vuelto, tras haber pasado tanto tiempo sonriendo, conspirando entre murmullos, envidiando en silencio, fingiendo ser sus aliados mientras subíamos el palo ensebado del organigrama.

Los políticos con aires de empresarios suelen olvidar algunos detalles. El poder en la empresa viene de la propiedad, y la propiedad no caduca a menos que uno quiera. En democracia, viene de la legitimidad, y siempre caduca, aunque nadie quiera.

La pertenencia a una empresa es voluntaria y uno puede despedir gente o hacerlas renunciar. La pertenencia a una democracia es obligatoria, de nacimiento, y uno no puede excluir a quienes no estén contentos en ella (el despido de ciudadanos se llama “ejecución”; su renuncia, “guerra civil”). Uno no puede imponer el poder ni obligar a los subordinados; debe convencerlos y ganarse su respeto, todo el tiempo.

Tanto comportamiento “empresarial” dinamita la fe en la democracia y refuerza la sensación de injusticia. Seguimos dándole argumentos al cinismo cleptómano hacia el sistema político que corroe a nuestra sociedad.

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