Hay que convencer, no comprar

Jaime Durán Barba

En el Concilio Vaticano II se acuñó el concepto de “cristiano anónimo” para referirse a quien, sin ser bautizado, podía ir al cielo si su comportamiento merecía estar en comunión con la Iglesia. Si una persona entra a un hospital gritando “basta de exámenes y diagnósticos, hagan lo que hay que hacer, opérenme del corazón”, es posible que alguien le explique que debe hacerse exámenes de sangre, tomografías y otros estudios para diagnosticar sus males.
No pasa lo mismo cuando algunos analistas dicen que los verdaderos líderes no consultan estudios de ningún tipo, que es suficiente que agudicen el olfato, inhalen dos pases de naftalina, compren varios pares de zapatos y salgan a corretear por las calles. Suponen que el verdadero conductor no necesita estudios porque es un ser con poderes mágicos capaz de comunicar un mensaje con el que los votantes lo seguirán, hipnotizados como los niños del flautista de Hamelín.

Cuando llegue al poder seguirá sus corazonadas, hará lo que hay que hacer, todos serán felices y comerán perdices. Para quienes creemos en la ciencia y desconfiamos del pensamiento mágico, nada puede persuadirnos de que una persona se convierte en clarividente porque la nombran candidata a cualquier cosa. Siempre es necesario estudiar la realidad y usar las denostadas encuestas.

Cuando los medios publican encuestas, deberían publicar la ficha técnica del estudio, y también podrían recordar los resultados que obtuvo esta encuestadora en la última elección, comparados con los resultados de los escrutinios. Así, el lector sabría qué tan confiables son estos números. Es una sugerencia para el ombudsman, que con esto elevaría la confiabilidad en este tipo de informaciones.

La opinión pública y la calle no tienen mucha relación. Los electores no toman sus decisiones usando silogismos, pero son razonables. En el fondo están en discusión dos metodologías para hacer política, una basada en acuerdos de redes clientelares para repartir subsidios, contratos, cargos y candidaturas.

Esa política puede dominar las calles, pero a veces no logra llenar las urnas. La otra privilegia el contacto entre los dirigentes y los ciudadanos. No usa subsidios ni programas de vivienda para captar gente y usarla como carne de cañón. Cree que hay que convencer, no pretende comprar a las personas.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.