La ilusión de los hombres fuertes

Daniel Marquez Soares

La humanidad ha tenido períodos prósperos y pacíficos en los que era posible comerciar, inventar y no morir prematuramente. Eran tiempos más simples, en los que las amenazas eran conocidas, la frontera entre el bien y el mal clara, y la comunidad, aunque también impedía tu crecimiento, no te dejaba caer: la Guerra Fría, la Europa luego de Napoleón, el Oriente Medio medieval, la China clásica o en Latinoamérica la época previa al ingreso, a trompicones y obligados por el mundo, a la modernidad.

La paz de esas épocas dependía de varios factores que hoy, en estos tiempos en los que idolatramos la transparencia y la participación, resultan escandalosamente perversos. Si todo parecía más ordenado y predecible, no era porque el mundo hubiese sido menos salvaje, sino porque los gobernantes fuertes administraban, a puerta cerrada y en secreto, el caos.

La prosperidad se asentaba, en gran parte, sobre la miseria y explotación de otros pueblos, cuyo sufrimiento casi todos ignoraban. No importaban el secretismo ni la manipulación; el único trabajo del gobernante fuerte era levantar una creíble ilusión de paz y prosperidad para sus gobernados. Y punto.

No ha habido mayor época de bienestar en la historia humana que la que vivimos ahora, pero, por el motivo que sea, muchos no la percibimos así. Nos sentimos desamparados en un mundo egoísta y competitivo sin lugar para los derrotados. La complejidad de la realidad contemporánea escapa a nuestra capacidad de cómputo y no logramos ver ante nosotros el mar de oportunidades del que nos hablan, sino apenas un asustador caos.

No todos somos ambiciosos, emprendedores, amantes del riesgo e inmunes a las heridas del fracaso. Es lícito y digno, ante la asustadora complejidad presente, aspirar apenas a una vida simple y sin problemas. El planeta está presenciando un resurgir de los gobernantes fuertes. Muchos ciudadanos, por mucho que eso signifique ser juzgados como faltos de empatía, identidad global y conciencia democrática, solo quieren vivir tranquilos. Por ello, los ciudadanos de cada vez más países eligen vivir bajo gobernantes fuertes a los que juzgan capaces de encargarse, a solas y en silencio, del caos.

[email protected]