Revoluciones de la tragedia

Alfonso Espín Mosquera

El éxodo venezolano es un verdadero drama humano. Miles de venezolanos tratan de ingresar al país, algunos después de semanas de viaje en condiciones miserables. En todas las calles del país, en los semáforos, paradas de buses, en los parterres con un limpión para los parabrisas están a la espera de unos centavos, viven la mendicidad en ciudades impotentemente indolentes ante esta crisis.

En las afueras del terminal de Carcelén de Quito, por ejemplo, se han apostado como gitanos en improvisadas carpas de plástico, de cartón. Con algún pedazo de lata o madera han hecho viviendas carentes de todo tipo de servicios básicos, a la espera de alguna oportunidad que les pueda brindar la vida, o simplemente de un pedazo de pan, de algún bocado para engañar al estómago y en varios casos de alguna mano humanitaria que le extienda medicinas para las infecciones intestinales o respiratorias, producto de la tragedia que viven.

En el puente internacional de Rumichaca, duermen días de días con niños en brazos, envueltos en alguna frazada huyendo de las fatales situaciones de su país, que no solamente redundan en la falta de alimentos, medicinas, sino de seguridad en un momento en que se ha exacerbado la violencia y la delincuencia en toda sus formas, como consecuencia de la carencia de todo.

En el Ecuador, los trabajos no sobran, muchísimos ecuatorianos sufren la informalidad y otros el desempleo. Las condiciones económicas no son las mejores y francamente aun el tamaño del país no da abasto para tanta gente que pulula sin destino en nuestras ciudades.

Todas estas son verdades y secretos a voces, y ciertos sectores que se dicen humanitarios por antonomasia, no aparecen ni para decir ni para obrar. Pensemos en las comunidades religiosas de cualquier denominación y credo, en la Iglesia misma, como cuerpo poderoso de la caridad.

El silencio no soporta la barbarie. El gobierno anunció una medida para frenar el ingreso masivo: la obligatoriedad de portar pasaportes; pero algo más habrá que hacer que por el bien de propios y extraños: ayudarles talvez en su paso hacia el Perú con buses de tarifas mínimas, no lo sé.

Lo cierto es que la llamada “revolución bolivariana” da cuenta de sus actos con sus propias víctimas y, por el camino que íbamos a nombre de otra revolución, “la ciudadana”, caminábamos hacia la misma tragedia.

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