Prohibir no es educar

MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

Hace muchos años leí una historia que cierta o no, sirve para ejemplificar la idea a la que le quiero dar luz. El texto mencionaba que en cierto pueblito ocurrían con mucha frecuencia accidentes viales. Se colocaron semáforos y señalizaciones, se impusieron multas y sanciones, y, aún así, seguía en aumento el número de incidentes y de víctimas.

El alcalde del pueblo al ver que ninguna medida surtía efecto decidió quitar los semáforos y las señaléticas. En la primera semana hubo un sinnúmero de choques, la gente del pueblo reclamó; todavía así, el alcalde no dio vuelta atrás a su decisión. Al cabo de un mes el número de choques descendió drásticamente; el motivo fue que, al no existir señales de tránsito los automovilistas y peatones estaban más pendientes de sus movimientos y empezaron a ser más conscientes de la vida propia y del otro.

Quizá pensarán que volveré a tomar el tema de los salvajes buseteros y automovilistas, pero la idea principal a la que quiero llegar es que en muchos casos las camisas de fuerza, las prohibiciones, las multas, no sirven para cambiar la mentalidad de la gente, porque en afán de no pagar una multa o una sanción se ingenian para seguir incumpliendo la ley y salirse con la suya.

Hace poco tiempo, en aras de que la ciudadanía cuide de su salud y no le sume al Estado gastos por casos de obesidad y de diabetes, se pretendió ponerle un impuesto a la comida chatarra. Es decir, un tema de salud pública que pudo ser llevado de otra forma, se trató como una simple imposición. A la postre me pregunto si la medida procuró el efecto deseado.

Ahora leo que en la provincia del Guayas se ha prohibido el uso de plásticos y la retirada del mercado se realizará de forma progresiva. Sabemos que el uso de platos, vasos, sorbetes es excesivo; ¿pero, no es más sencillo educar a la población en la importancia de reciclar, reutilizar? Tengamos claro que prohibir no es la solución.

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