La negación del otro

Jaime Durán Barba

En la primera mitad del siglo XX se inició la revolución más importante de la centuria: la irrupción de la mujer como un otro tan importante como el varón. El cambio tomó fuerza durante las guerras mundiales y la consolidación de valores democráticos y laicos que enfrentaron a una moral sexual creada en el siglo XII en el Concilio de Letrán y perfeccionada en el Concilio de Trento, el primero que se celebró después del descubrimiento de América. Esa ética permaneció vigente hasta mediados del siglo XX.

La moral medieval creía que todo lo que tenía que ver con el sexo era malo, partiendo de la existencia del deseo erótico. Médicos y religiosos trabajaron para encontrar fórmulas para combatir los pensamientos impuros. A los varones se les aconsejó realizarse cortes en las venas superficiales que están en la parte superior del muslo, para producir una sangría, y a las mujeres, lavativas con incienso y otras sustancias para purificar sus órganos genitales.

Se decía que la mujer era la fuente del mal. Teólogos y médicos fantaseaban sobre el desenfreno propio de su sexualidad producido por el exceso de humedad en su cuerpo, que generaba un deseo erótico insaciable. Los estudiosos creían que el varón era racional, podía controlar mejor sus instintos y pulsiones eróticas, mientras que la mujer era un ser inferior, descendiente de Eva, la responsable del pecado original, madre de todas las tentaciones.

El sexo era un mal que debía limitarse en el tiempo. No se podía practicar durante las festividades religiosas, en días señalados por la autoridad ni mientras durara el período menstrual. Tampoco desde el jueves hasta el domingo, cuando se celebrara el aniversario de un santo, durante la cuaresma, en los 35 días anteriores a la Navidad y en los 40 días anteriores a Pentecostés. Las relaciones sexuales estaban permitidas solo durante la noche, nunca durante el día.

La acepción de la palabra amor no era positiva porque se vinculaba con lo femenino, sensual, irresistible, destructivo. El término amor aludía a pasiones extraconyugales relacionadas con la lujuria, conductas sexuales sucias que solo se podían practicar con prostitutas, prácticas demoníacas surgidas en culturas precristianas manejadas por el demonio.

La primera mitad del siglo XX lo cambiaría todo. La psicología permitiría comprender de otra manera la realidad del ser humano, la antropología descalabraría al eurocentrismo, la brutalidad del nazismo provocaría que intelectuales dirigidos por Theodor Adorno reflexionaran sobre la personalidad autoritaria y que Emmanuel Levinas escribiera su tratado acerca de la alteridad.

*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino. (Fuente www.perfil.com).