No hay que alentarlos

El tema de los grafiteros hay que tomarlo con una dosis de buen humor.

Algunos los critican, con una dureza digna de mejor causa o pared, hasta con desprecio. Otros intelectuales libertarios los alaban también con ardor digno de mejores causas, cuando en el Ecuador la cultura vive una crisis de olvido e indiferencia, retratada en las redes sociales donde la claridad, hondura y creatividad están ausentes y hasta los insultadores son de bajo nivel, tal vez porque nunca han leído a Montalvo y a otros ilustres insultadores.

El tema es importante pues toca algo fundamental: la educación. En el Ecuador se pone énfasis en la enseñanza del idioma inglés y se olvida la Historia, la Literatura, la Cívica y la Moral, pues afirman que los jóvenes por esencia son librepensadores y algo anarquistas, olvidados de que la juventud, como dice un humorista, “es una enfermedad que pasa con los años”. O sea, no se guía y forma al niño y al joven, no se les prepara para la vida.

Después hay la queja de los padres de familia, de los educadores, de la sociedad, de que los jóvenes caen en las drogas, en la delincuencia, en la vagancia, por la pobreza y por las inequidades sociales. Así tapan el sol con un dedo, o ponen la carreta delante de los bueyes, como decían los antiguos, cuando algo no se quería ver o solucionar.

Señores grafiteros y defensores: No es suficiente querer ser artistas. El arte se reconoce donde se da. El gran pintor Whisler afirma: “El arte sucede”. La Biblia dice: “El espíritu sopla”. El arte es algo prodigioso, no es cuestión de comprar un aerosol y estampar dibujos en las paredes de la pobre ciudad. No solo es estética, es inspiración. Y sobre todo el verdadero arte es el resultado de una larga preparación, de disciplina y meditación, de pensamiento profundo sobre el asunto y hasta de silencio. O sea, a los jóvenes grafiteros no hay que engañarlos y hacerles creer que son artistas y peor alentarlos. “El arte no se expresa más que en sí mismo” dice Oscar Wilde.

En ocasión de un recital de jóvenes poetas, le pidieron a Borges su consejo y contestó: “Hay que disuadirlos”.


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