El año de Glas

Daniel Marquez Soares

En el mundo del hampa, haber pasado un tiempo en la cárcel equivale a un rito de consagración. Aguantar, con dignidad y estoicismo, una condena tras barrotes constituye un certificado de virilidad, confiabilidad y carácter consecuente; es como una cicatriz, una condecoración, que da fe del coraje y la convicción de alguien que pagó gustoso el precio del tipo de vida que lo eligió.

Los verdaderos gánsteres suelen mostrarse escépticos ante sus pares que jamás han cumplido una condena; la distancia que separa a un mafioso de récord limpio de uno que ha estado tras las rejas es similar a la que separa a un militar que ha combatido de uno que no, a un deportista premiado de uno que jamás ha ganado nada.

Según sus opositores, cada día en la cárcel contribuye más al desprestigio del exvicepresidente Jorge Glas. Sin embargo, a ojos de sus simpatizantes o de aquellos que le conceden el benévolo privilegio de la duda, cada día que pasa tras barrotes enriquece su reputación.

Para quienes lo juzgan inocente, se convierte en una víctima de los caprichos de un gobierno vengativo y traidor; para esos adeptos a los que no les importaría que fuera culpable, se está consolidando como un hombre de temple, que no se dobla ni entrega a nadie. Un sujeto así, en ese mundo, vale oro.

A diferencia de Brasil o Panamá con los escándalos de corrupción, en Ecuador los detalles de los casos por cohecho y peculado de los que está acusado Jorge Glas siguen en reserva. No ha habido filtraciones a la prensa y nada se sabe de montos, nombres o esquemas. A la opinión pública solo le quedan, como elementos de juicio, sus estereotipos. Quienes lo juzgan inocente no tienen evidencia que los confronte y quienes lo juzgan culpable no la necesitan.
La dinámica bajo la que se ha planteado el escándalo hace que Glas gane día a día. Si es inocente, cuando salga llevará a cuestas una invaluable fama de perseguido. Si es culpable, tendrá a su disposición una riqueza obscena para ejecutar su venganza. El exvicepresidente solo tiene que esperar. Todo por culpa del secretismo con el que se ha llevado a cabo el proceso y la falta de una ley de recuperación de activos.

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