Benjamín Carrión y el nefasto episodio de Tlatelolco

Alejandro Querejeta Barceló

En ‘Cuadernos Americanos’, en un significativo artículo -probablemente el más triste y adolorido de su vasta producción literaria y periodística-, Benjamín Carrión (Loja, 1897 – Quito, 1979) analiza su situación moral en el México de 1968, cuando el 5 de febrero recibe el Premio Juárez y el 2 de octubre vive el nefasto episodio de Tlatelolco, la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Luego de concluido un mitin, los estudiantes se disponían a abandonar la Plaza, cuando fue cercada por fuerzas militares, cumpliendo órdenes del propio presidente Gustavo Díaz Ordaz, de cuyas manos Carrión había recibido el Premio.

La información que manejaba entonces Carrión, embajador ecuatoriano, es de 325 muertos, miles de heridos y otro tanto de desaparecidos, además de un millar de prisioneros, a manos de 10.000 soldados apoyados por 300 tanques de asalto. Un general declaró que “sus hombres no han utilizado todo su poder de fuego”.

Octavio Paz sentencia que el 2 de octubre de 1968 terminó el movimiento estudiantil y con él “una época en la historia de México”. En el momento en que ocurrían estos hechos, Carrión impartía un curso en la UNAM:
“Durante el desarrollo de los hechos, yo concurrí a dictar clases. Allí me informaba de algo, por los alumnos que se me acercaban y me revelaba cosas. Una mañana, nos notificaron a los maestros la suspensión temporal de las labores, sin mayor explicación… La Universidad estaba cercada, a cierta distancia, en los comienzos. Luego, una mañana de finales de septiembre, los maestros del Curso de Literatura fuimos amablemente notificados con la clausura temporal de las lecciones. Que fue definitiva en aquel año. Al regresar, la Universidad, sus vastos predios, estaban ocupados… Diez mil soldados con todas sus armas”.

Carrión añade que “antes de la masacre y después de ella”, no ocultó su manera de pensar “definitivamente favorable a la actitud universitaria, a la lucha de los estudiantes”. Y que así lo dejó constar en su colaboración semanal en Excélsior. Para un hombre como Carrión cuya vida siempre había estado en parte consagrada “a la obra, al pensamiento, a las vicisitudes, a las luchas, a los conflictos de la Universidad”, la situación era insostenible. Y sintió que no podía continuar representando a su país ante un gobierno capaz de cometer semejantes atrocidades:

Memoria. El hecho se suscitó el 2 de octubre de 1968. (Foto: SUN/Archivo)
Memoria. El hecho se suscitó el 2 de octubre de 1968. (Foto: SUN/Archivo)

“Presenté ante mi Gobierno la renuncia a mi cargo de Embajador en México. Por la sencilla razón de que mi representación era ‘ante el Gobierno’ y yo, profunda, claramente, me hallaba en posición adversa. ¡Con lo grato que ha sido para mí, siempre, representar a mi país en México! Las causas profundas de mi resolución, apenas las intuyeron algunos de mis más cercanos amigos mexicanos.

A mi gobierno, a mi país, le presenté otras razones. Que nada tenían que ver con la política interna ecuatoriana”.

Por primera vez, desde su primer contacto con la tierra mexicana treinta años antes, se le puso a prueba el “apego”, la querencia, la proclividad, el amor de Carrión por la patria de Vasconcelos, Alfonso Reyes o Torres Bodet.

Su ‘segunda patria’ le mostraba un lado oscuro. Pero más pudo el “apego” de Carrión por México: “Ante eso, tremendo, desolador, el espíritu mexicano está allí, para decir las más bellas cosas que se han dicho -y se han hecho en la historia contemporánea latinoamericana”.