De la intolerancia a la violencia

MA. ALEJANDRA SALAZAR MURRIETA

En estas últimas semanas se han dado a conocer diversas situaciones en donde la violencia ha primado por encima de cualquier sentido de raciocinio. Actos que superaron los límites de la tolerancia y la humanidad. Un caso muy difundido fue el ocurrido en Posorja, lugar en donde una turba enardecida de pobladores buscó aplicar justicia a tres personas identificadas como secuestradores de niños, quienes habían sido apresadas por el robo de un celular y un monto de dinero en efectivo.

La turba compuesta por alrededor de 20.000 pobladores asesinó (pues este acto no tiene otro nombre) y dañó bienes públicos. Se conoce que incluso muchas personas acudieron a arengar a quienes directamente consumaron el crimen; posición por demás condenable, porque parece inaudito pensar que nadie haya tratado de llamar a la paz y más bien aplaudieran el hecho. Hace un par de días en Esmeraldas se dio a conocer que una persona lanzó aceite hirviendo a otra que es conocida por el padecimiento de una enfermedad mental, causándole graves quemaduras.

Me llama mucho la atención el hecho de que, una persona o un grupo de personas sientan que en sus manos está la decisión de ponerle fin a la vida de otra. Es cierto que en muchos casos las denuncias hacia la autoridad no son atendidas, y que los robos, los crímenes y las estafas están a la orden del día, y el poco accionar de los entes de justicia ha conllevado a no creer en el desenvolvimiento de su función. Pero esto no puede ser tampoco el detonante para convertirnos en delincuentes.

Caso aparte que también merece una opinión y que no debemos perder de vista son: la difusión y propagación continua de rumores de secuestros de infantes y de una posible red de tráfico de órganos; así como también la viralización del acto de ajusticiamiento. En el primero de los casos, desatan una histeria colectiva y en el segundo, se comparte la idea de la réplica.

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