Relato: Nunkui ‘vistió’ con vegetación vital la tierra de los shuaras

MOMENTOS. Esta historia ha trascendido de generación en generación. (Foto ilustrativa: 1240.photobucket.com)
MOMENTOS. Esta historia ha trascendido de generación en generación. (Foto ilustrativa: 1240.photobucket.com)
HECHO. Desde que apareció Nunkui, la vegetación en el lugar creció en abundancia. (Foto ilustrativa: www.allpachaski.com)
HECHO. Desde que apareció Nunkui, la vegetación en el lugar creció en abundancia. (Foto ilustrativa: www.allpachaski.com)

Hace varios años, cuando los indígenas de la nacionalidad shuar recién empezaban a poblar la Amazonía ecuatoriana, la selva no era tan espesa y en este lugar se extendía una llanura manchada solo por escasas hierbas. Una de estas era el unkuch, considerado durante mucho tiempo como el único alimento de esta comunidad.

Gracias a esta planta, los shuaras pudieron soportar durante mucho tiempo la aridez de la arena y el calor sofocante del sol ecuatorial. Lamentablemente, un día, la hierba se esfumó y las personas comenzaron a desaparecer lentamente.

Tragedia

Algunos, recordando otras desgracias, echaron la culpa a Iwia y a Iwianchi, seres diabólicos que ‘desnudaban’ la tierra, comiéndose todo cuanto existía, pero otros continuaron sus esfuerzos por encontrar el ansiado alimento. Entre estos había una mujer llamada Nuse. Ella, venciendo sus temores, buscó el unkuch entre los sitios más ocultos y tenebrosos cercanos a su localidad, pero todo fue inútil.

Sin desanimarse, volvió donde sus hijos y, contagiándoles con su valor, reinició con ellos la búsqueda.

Siguiendo el curso del río, caminaron muchos días, pero a medida que transcurría el tiempo, el calor agobiante de esas tierras terminó por aplastarlos. Así, uno a uno, los viajeros quedaron tendidos en la arena.

Inesperadamente, sobre la transparencia del río aparecieron pequeñas rodajas de un alimento desconocido hasta el momento, al cual llamaron como yuca. Al verlas, Nuse se lanzó hacia el afluente y las tomó.

Apenas probó ese potaje sabroso y dulce, sintió que sus ánimos renacían misteriosamente y enseguida corrió a socorrer a sus hijos. De pronto, percibió que alguien la observaba fijamente y se dio cuenta que desde las lejanías descendió una mujer de belleza primitiva.

Suceso

Nuse retrocedió asustada, pero al descubrir la dulzura en el rostro de esa mujer le preguntó: “¿Quién es usted, señora?”, a lo que enseguida le respondió: “Yo soy Nunkui, la dueña y soberana de la vegetación. Sé que tu pueblo vive en una tierra desnuda y triste, donde apenas crece el unkuch”.

Enseguida Nuse le interrumpió exclamando: “¡El unkuch ya no existe! Era nuestro alimento y ha desaparecido. Por favor, señora, ¿sabe dónde puedo hallarlo? Sin él, todos los de mi pueblo morirán”.

“Nada les ocurrirá”, dijo la divinidad. “Tú has demostrado valentía y por ello te daré, no solo el unkuch, sino toda clase de productos”.

Así, en tan solo segundos, ante los ojos sorprendidos de la dama aparecieron varios huertos de ramajes olorosos.

Nuse quedó extasiada, pues jamás había visto nada semejante. El paisaje era majestuoso y la música que cantaba la floresta le había robado el corazón. Enseguida Nunkui continuó diciendo: “Para tu pueblo, que hoy lucha contra la muerte, obsequiaré una niña prodigiosa que tiene la virtud de crear el unkuch y la yuca y el plátano”. Habiendo terminado de pronunciar estas palabras, Nunkui desapareció y en su lugar surgió la niña prometida.

Admiración

Nuse quedó deslumbrada por lo que había visto y aún no salía de su asombro cuando la pequeña la guió entre la espesura de la selva. Tan a gusto llegó a sentirse en ella, que deseó permanecer allí para siempre.

La pequeña le anunció que también cerca del territorio de los shuaras la vegetación crecería majestuosamente.

Y fue así como la vida de estos pobladores cambió por completo. El dolor fue olvidado. Las plantas se elevaron en los huertos y cubrieron el suelo de comida y esperanzas.