Del acaecer citadino

POR: Luis Fernando Revelo

El gran maestro e historiador, Dn. Alfredo Albuja Galindo, al referirse a nuestro terrazgo nativo, solía decir que es la ciudad del alma, la ciudad para la invocación divina, para el amor, para la mística, para la guerra y aun para la liberación. Ha sabido conservar el destino rector del pensamiento y ha sido no pocas veces, el escenario, el altar del sacrificio, donde se han forjado la nacionalidad ecuatoriana y la libertad.

En el valle de Carangue se fundó nuestra hidalga y castellana Ibarra, como relicario del espíritu español y bajo el patronazgo de Nuestra Señora del Rosario. Aquí en Ibarra, un 17 de julio de 1 823, Bolívar cortó personalmente la “odiosa cabeza de la sedición” comandada por Agustín Agualongo. “Pocos son los pueblos como Ibarra con propia entelequia, decía el Dr. Ricardo Cornejo Rosales, pueblos rodeados de toda suerte de posibilidades desde su nacimiento…”

¿En qué pecho no late la querencia terrígena, ese valor que en otra época era tan arraigado, inmarcesible, elán fecundo, eso que se llamamos la ibarreñidad profunda? Convencido de que un pueblo sin historia, sin memoria, sin raíces, es un pueblo sin identidad, que urge tomar conciencia del compromiso de unimismarnos con el destino de esa entelequia grávida de valores, que es nuestra ciudad y, tomando en cuenta que el espíritu vibrante y fecundo de la ibarreñidad, debe permanecer latente en las actuales y futuras generaciones, desde la memoria y la investigación se diseñó el opúsculo intitulado Del acaecer citadino, obra que se presentó el pasado jueves académico, en la Casa de la Cultura.

Estoy seguro que los amables lectores, con visión de hondura esencial sabrán recorrer la trayectoria de la entelequia ibarreña a través de las páginas Del acaecer citadino.