El mejor remedio

Jaime A, Guzmàn R.

Un lector de Diario La Hora, dilecto y apreciado amigo mío, me escribe una carta y me cuenta su historia:

“Tengo 70 años de edad. Hace dos años falleció mi esposa. Desde aquel triste episodio, una de mis hijas me llevo a vivir en su casa. Se cobijó mucho mi tristeza, ya que mis nietos y mi propia hija me alimentaron de cariño y ternura. De pronto empecé a enfermarme y mis pequeños ahorros se agotaron. Frente a esta situación mis hijos entablaron una reunión y decidieron internarme en un asilo de ancianos. Allí- desde luego- me trataron bien, pero pronto empecé a extrañar el cariño y afecto familiar de mi hija y sobre todo de mis nietos que poco a poco espaciaban sus visitas”.

Con la frase: “Ahora soy un hombre desdichado”, culmina su carta dicho amigo. De estos casos de abandono hay por cientos en nuestro país y están considerados como la “peor epidemia de todos los tiempos”.

En este mundo arraigado al dinero y amenazado por la insolidaridad, ciertos derechos personales – sobre todo el derecho de los ancianos a vivir en su hogar o junto a sus familiares- ya no puede ser salvaguardado fácilmente por nosotros. Las personas de la tercera edad necesitan apoyo y el único embrión capaz de lograrlo es el gobierno.

Los ecuatorianos respiraríamos con tranquilidad si se legislara normas para prohibir el internamiento en orfanatorios a los ancianos que tengan hijos; y, obviamente seguir los pasos de Grecia, nación elegida por la ONU como el mejor país para envejecer, porque allí se garantiza el derecho y la libertad de los ancianos a vivir junto a su familia, para lo cual ha creado organizaciones gubernamentales que subsidian y avalan la protección a las personas mayores en sus domicilios. (O)