Loja, la ciudad sonriente

Jaime A. Guzmán R.

La celebración de una reunión de amigos, con motivo de rendir un cálido y emocionado homenaje al sentimiento más hermoso del ser humano, el de la amistad, me proporcionó la oportunidad de conocer a un ciudadano extranjero excepcional, que va por el mundo mirándolo todo con ojos de amor y prodigio.

A la mitad del festejo entablé una conversación con dicho personaje. Hablamos de muchos tópicos, entre ellos de nuestro Loja. Entonces, golpeando la mesa, emocionadamente, me dijo: “Loja es una ciudad lejana a mi tierra, más, lejana y todo, es la mejor que he conocido…”.

Reforzando tan gentil apreciación y parafraseando a un gran escritor español, dije: “Nada se asemeja a Loja. Nada la iguala, no hay realmente en el mundo una segunda Loja”.

Y es que es una verdad evidente; así como es evidente su fervor, señorío, clasismo y universalidad.

Pero eso no es todo. Loja, la ciudad primorosa y encantadora del Ecuador, cantada por Pio Jaramillo Alvarado, de “aire claro, de tierra fecunda y de alto relieve literario y musical”, es la tranquila colmena de seres humanos trabajadores y de gentes de mente clara y corazón limpio, que sabe abrir a los visitantes el santuario de su amistad y tirar la llave al infinito para dejar la puerta de la ciudad siempre abierta.

En resumen, aunque olvidada por las autoridades estatales, Loja sonríe y su esplendor de cuento de hadas embelesa de tal modo al turista que como Rodríguez Castelo (1990) decía:” Es una urbe increíblemente maravillosa, que atrae irresistiblemente a quien la visita”.

Nada mejor, pues, para terminar este sondeo sobre el alma lojana, que estimular a todo turista a que explore por su cuenta esta ensoñadora y romántica ciudad. (O)