Crisis ética

César Ulloa Tapia

En la actualidad, nadie podría asumir el papel de un profeta que recibe en sus manos las tablas de la salvación para que la humanidad se redima de los pecados o, peor aún, hacer las veces de un catequista que anda por la vida en búsqueda de almas arrepentidas si se trata de mejorar la democracia y combatir la corrupción más la impunidad. Simplemente, hay que asumir -de manera convencida- el papel de un ciudadano que actúa con honestidad en los espacios públicos y privados, cumple con los deberes que demanda el estado de derecho y derechos, y se mueve con un alto sentido de civismo. En otras palabras, no hacer con el otro lo que no quiero que a mí me hagan.

La crisis de la ética en la política ecuatoriana se observa en la inexistencia de una ciudadanía fuerte; en la falta de compromiso social y colectivo con las causas que nos afectan a todos; en la permisividad ante la impunidad y la corrupción rampantes; en el papel secundario que asume un gran porcentaje de la población en cualquier proceso político; en la fantasmagórica y mal llevada idea de rendición de cuentas que realizan ciertos funcionarios públicos, que confunden su rol con las estrellas de la farándula. En otras palabras, la crisis ética puede desbordarse por uno o todos los motivos expuestos.

A estos factores se podría añadir la cómoda complicidad de algunos sectores de la población que fungieron como funcionarios públicos en distintas posiciones y que cambiaron los intereses nacionales por sus beneficios personales en la mayor bonanza económica que tuvo el país, gracias al boom petrolero y a la venta de materias primas.

Los efectos de esa actitud son varios como la vaciedad de referentes, una población apática y saturada de tanta corrupción y, un conjunto de organizaciones políticas que no sintonizan con el cambio que exige la ciudadanía de manera urgente. Lo que sucede es como una olla de presión, porque apenas vamos en los primeros pitazos y anuncios. Una crisis ética es peor que una de orden político y económico, porque una sociedad que perdió la confianza en todo es vulnerable también a todo.

[email protected]