Palugo, tierra de huasipungueros

TEXTO: ANDREA GRIJALVA ORQUERA
FOTOS: GAREL BENALCÁZAR

Los Cajamarcas, los Quilumbas, los Manupantas, los Cachacos, los Díaz son palugueños.

“Aquí se conoce a todos los que son de Palugo”.
Palugo es una de las 12 comunas indígenas asentadas en la parroquia de Pifo, en Quito. Antes de la Reforma Agraria de 1964, ese territorio estaba dividido en haciendas. La principal era la hacienda Palugo, de la familia Bustamante.

Los huasipungueros, quienes trabajaban para los hacendados, ocuparon la tierra sin poseerla hasta que ese año, la Junta Militar de Gobierno, presidida por el contralmirante Ramón Castro Jijón, dispuso que una parte de los terrenos debía ser entregada a los indígenas.

Fue así que 24 hectáreas se dividieron para 80 familias. Cada una recibió tres hectáreas, pero con el pasar de los años, las fueron dividiendo para heredarlas y esos terrenos legalizó el Municipio.

– Mi papá murió en los 50 y no le tomaron en cuenta. Miserables. A mí me tocó trabajar cinco años como huasipunguero y me dieron reforma, pero me dieron la cuarta parte, 55 por 85.

Al principio, Palugo era solo llano, recuerdan los palugueños mayores. Predominaban los espacios verdes. No había agua potable, luz eléctrica ni adoquines.

Es la voz de José Eladio Cajamarca Quilumba, el último pingullero, un músico que acompaña a los danzantes en las fiestas al sonido del tambor y del pingullo, un instrumento andino similar a una flauta.

El sonido de sus palabras se escucha con dificultad, a diferencia de su pingullo, de tonalidades altas. Tiene 80 años y es conocido por toda la comuna. Gustavo Saguinga, de 9 años, es casi su vecino. Vive en el otro extremo de su calle. Él ha sido uno de sus danzantes.

Los niños de la escuela Pifo, en medio de Palugo, aprenden coreografías de música tradicional para celebrar las fiestas. Cuando Gustavo danzaba, acompañaba al pingullero en los recorridos por las casas, durante las fiestas.
Gustavo es de la generación de los palugueños que han llegado de afuera, de otras parroquias, de Pifo o de más lejos. Ahora ellos también ocupan lotes de los terrenos fraccionados de la distribución. Hasta 2015, Palugo había crecido a 300 familias, que ocupaban lotes de entre 500 y 5.000 metros. Pero hasta esa fecha, todavía se consideraba que la densidad poblacional era baja.

2.000 habitantes tiene Palugo

Palugo es una comunidad en el oriente de Quito con una vía principal de asfalto, varias calles adoquinadas y muchos caminos de tierra. Con la construcción de la autopista E35 quedó dividida en dos.

Por una empinada y rudimentaria escalera de madera, a las 07:00, a las 12:00 y a las 17:00, decenas de moradores suben y bajan para atravesar la carretera e ir a sus casas, trabajos y escuelas. En esa escalera, se han caído algunos borrachos después de noches de fiesta y, al menos, dos personas han sufrido accidentes al cruzar.

Pero, al principio, Palugo era solo llano, recuerdan los palugueños mayores. Predominaban los espacios verdes. No había agua potable, luz eléctrica ni adoquines. Tampoco transporte público.

La ‘Tierra de Lagartijas’, por su nombre en quichua, estaba habitada al principio solo por huasipungueros, que se dedicaban a la agricultura y la ganadería. Tenían sus chacras para sembrar habas, arvejas, papas, cebollas, quinua y maíz. En otro espacio, ponían a gallinas, patos, pavos, vacas y borregos.

Doña Gladys Quilumba es palugueña. Ella fue la que dijo que en Palugo se conocen entre todos. Sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos son de ahí. También sus 10 hijos y sus bisnietos.

A diferencia de lo que ocurre en otras comunidades, todos decidieron quedarse a vivir ahí; les gusta la quietud del campo. Ella recuerda la entrada a su casa cuando era niña:

“Era un callejoncito chiquito de unos dos metros. No había ni casas. Era un llano vacío”.

A los 11 años, el que sería su esposo le ‘echó el ojo’ y a los 17 se casó, después de que su pretendiente fue donde sus ‘papases’ a pedir la mano. “Antes no dejaban que ‘estesen’ así juntos. Si quería casarse conmigo, tenía que dar la chicha, los cuyes”, cuenta mostrando sus dientes.

En el terreno donde vive ahora, tiene siete gallinas en un criadero, dos borregos y un sinnúmero de perros. Ese terreno le cedieron sus suegros y, de a poco, con su esposo construyeron una casa.

De todos sus hijos, dos construyeron en ese lote y tienen sus propios corrales para aves, los menores viven con ella y los restantes se fueron para otras partes de la comuna.

Gladys, una de sus hijas, vive con su esposo más arriba, cruzando la calle principal. “Aquí es más bonito, más tranquilo. Mucha gente ahora viene para acá”.

Don Bolívar fue uno de los foráneos que llegó hace alrededor de 40 años. Arribó a Palugo con su esposa, quien vivía en Pifo. En esa época no se había construido la E35 y se compró un terreno, “una propiedad grande”, que pagó con su trabajo de técnico petrolero.

Con la construcción de la vía su familia perdió una parte del lote. Dice que no recibieron nada después de la expropiación. Él tiene que usar la escalera empinada y rudimentaria para conectarse con el resto de la comuna.

Palugo

ESTÁ EN TUMBACO

Administración Zonal Tumbaco.

-¿Quién vive en Palugo?

-Yo, dice una niña de la escuela Pifo, se suma otro y unos cuantos más levantan sus manos.

-¿Por qué te gusta vivir aquí?

-Porque es lindo. Tengo tres perritos y dos gatos, dice Gustavo.

Palugo es una comuna que, como cualquier otra, se caracteriza por las fiestas de varios días seguidos: por las vírgenes, por el Corpus, por Navidad, por Año Nuevo… nunca faltan los castillos, los fuegos artificiales, los danzantes, la música, el pingullero y el licor.

Inclusive, en el aniversario 50 de la escuela, que se cumplió este año, los estudiantes prepararon coreografías para una celebración que, según la directora Verónica Sierra, duraría hasta las 23:00.

Cuentan en la comuna que ya no hay fiestas tan seguido y que el consumo de alcohol también ha disminuido.

La hacienda Palugo sigue allí, como algo lejano para los palugueños.

Doña Gladys, con sus 64 años, conoce la vida del pueblo, sus tradiciones y los cambios que ha atravesado. Cuenta que ya no se necesita que el novio entregue cuyes antes de casarse o que una pareja se case para vivir juntos.
Pero hay costumbres que se conservan. Para el bautizo de una bisnieta, ella entregó al padrino una bandeja con gallinas, cuyes, chicha, una botella de licor y una jaba de cerveza. Además, preparó la comida en su cocina a leña para los invitados.

Tampoco ha cambiado el contraste económico en la zona. La hacienda Palugo sigue allí, como algo lejano para los palugueños. Funciona en esos terrenos una escuela de equitación, para caballos de adiestramiento, salto, vaulting y recreación.

Algunos niños de Palugo dicen con alegría que han ido para allá. Otra parte del territorio la ocupa la Balbanera de Palugo, que ha convertido sus jardines, su iglesia de piedra y su laguna, en un lugar exclusivo para bodas.

Así, Palugo se divisa a la distancia como un entretejido de llano, con algunos cultivos y casitas bajas. En una mañana, parecería vacía, con poca gente en las casas o en las calles, porque sus moradores han salido a trabajar a otras localidades.

Palugo es una comunidad que todavía tiene como vecinas a las haciendas de los que fueron sus patronos, con ellos siguen compartiendo su territorio.

Hasta 2015, Palugo, por su cercanía a una vía principal usaba servicios de transporte interparroquial o intercantonal.

El clima del barrio es cálido como el del resto del valle de Tumbaco, ubicado a 2.390 metros sobre el nivel del mar.

La principal actividad económica del sector rural es la agricultura de granos y hortalizas. También se crían animales menores

El barrio nació con la Reforma Agraria.