Un nuevo credo

Daniel Marquez Soares

Ecuador se suma a su manera al urgente debate mundial acerca de cómo garantizar la caída de la información. Hace pocos días, se dio con el rumor sobre la introducción del requisito de titulación para poder ejercer el periodismo.

El bando de los titulados ha apoyado la medida, aferrándose a la bandera de la supuesta mejora del periodismo, mientras que sus detractores, en su mayoría periodistas de mucha presencia pública que carecen de título de tercer nivel o provienen de otras carreras, los han acusado de viles defensores de intereses gremiales y los han comparado con los taxistas perseguidores de Uber.

Hasta el momento hemos optado siempre por creer en una hiperlaxa e irrestricta libertad de prensa. Aferrados al ideal de Franklin, que reza que la verdad siempre vence a la larga a la mentira si se las deja enfrentar, hemos creído que el tiempo y la libertad bastan para garantizar buena información. Desgraciadamente, este pensamiento resulta obsoleto en el mundo contemporáneo.

Hemos visto a la información pública de la misma forma que vemos al mercado, al ecosistema o a la flora intestinal: algo tan complejo que hace que cualquier intervención resulta, a la larga, contraproducente y que es mejor no intervenir y dejar que el sistema, por sí solo, encuentre equilibrio, conserve lo benévolo y extinga lo perjudicial. La tecnología y la ciencia modernas implican un nuevo desafío.

Ahora es posible difundir y consolidar mentiras de forma precisa, medible y metódica, con una eficiencia que los totalitarismos del pasado envidiarían. Esto impone un altísimo costo social. Es como enfrentar un virus consciente e inteligente (algo que no existe aún) o un actor que manipula el mercado (algo contra lo que se interviene, vulnerando la supuesta libertad del mercado). No actuar, no hacer nada y apelar a la curación espontánea son garantía de fracaso.

Cada vez son más las voces que reconocen la necesidad urgente de un cambio en nuestra concepción de la libertad de prensa. La cuestión no es cómo alcanzar la utopía ilusa y perniciosa de una libertad irrestricta, sino cómo incluir reformas sin terminar levantando un Ministerio de la Verdad.

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