Octogenarios

Marlon Tandazo Palacio

Toco tres veces la puerta de calle y desde adentro escucho una voz que dice “ya va”. Es mi abuelita que el próximo año cumplirá 80 años. Ella abre la puerta de su casa, donde vive con mi abue, otro octogenario. Mi abuelita, con autonomía de sus funciones vitales, corresponde mi saludo y me invita a pasar con el mismo afecto desde que tengo uso de razón.

En 2020 las personas de 80 años y más, según el Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos (INEC) podrían alcanzar una esperanza de vida de 80,1 años. En la actualidad las mujeres gozan de mayor esperanza de vida (79.3 años) frente a sus pares masculinos (73.66 años). Al 2020 se estima que este grupo crecerá un 10.42% respecto al 2001, pasando de 231.958 a 256.124. Es una generación en crecimiento con demandas que no pasan desapercibidos.

Analizando cinco provincias ecuatorianas con datos INEC, se estima un crecimiento en 20 años entre el 2001 (Azuay 13.005; El Oro 9.497; Guayas 64.565; Loja 9.388 y Pichincha 38.660) y el previsto para el 2020 (Azuay 17.043; El Oro 10.108; Guayas 54.724; Loja 12.375 y Pichincha 48.435). Loja es la provincia que mayor incremento de octogenarios prevé (31.82%) seguida de Azuay (31.05%) y Pichincha (25.28).

Hoy es cotidiano ver a un papá/mamá, abuelito/a o vecino octogenario. No era así hace 20 años peor hace 50. Mi abuelita no conoció abuelos, ella me habla de sus necesidades de salud, movilidad, entretenimiento y otros servicios claves para llevar un envejecimiento activo. Los octogenarios de hoy, gozan en buena medida de lucidez, autonomía e ingresos que les permiten gozar una adecuada calidad de vida, no se sienten retirados, pero sí aislados. Ellos demandan atención y cuidado con paciencia; son sensibles al trato. Los octogenarios son los jóvenes que sobrevivieron a las vicisitudes de la vida y que como repositorios del elixir de la larga vida, nos dan lecciones de cómo llegar a ella. (O)

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