A promover la esperanza

Primero fue una festividad religiosa por el nacimiento en la familia de un carpintero, de un niño al que llamaron Jesús y que con el tiempo sus seguidores verían como el mesías prometido en la Biblia hebrea. Su discurso y su trayectoria, marcaron para siempre el carácter esencial de la cultura de Occidente. Este hombre estableció un antes y un después en la historia de la Humanidad.

Sus tesis sobre el amor, la justicia, la solidaridad, la compasión y el perdón son normas de convivencia en nuestras sociedades, independientemente de las diversas iglesias e instituciones que le rinden culto. Inolvidables son sus bienaventuranzas, en las que se sintetizan espiritualidad y compasión, amor y humildad. Quienes tengan esas actitudes en su vida tendrán para sí una inmensa y personal felicidad.

Hoy culminan festejos que se traducen en emotivos encuentros, pues algunos de los que participan vienen de lejos, incluso allende las fronteras padres e hijos, parientes y amigos se funden en un gran abrazo, en el ejercicio de una bienaventuranza emocionante e imperecedera. Los odios y los rencores, las desavenencias y los insultos, todo lo negativo, para suerte de todos, se deja a un lado.

El país se torna bienaventurado: desde el núcleo y el entorno familiar renacen esperanzas que irradian a la sociedad. Se detiene el debate y la confrontación sobre el destino del país y la manera de construirlo y llevarlo adelante. Sea cual fuere nuestra ideología, religión, descreimiento materialista o escepticismo sobre la figura de aquel judío nacido en Palestina, sus ideas crecen en vigencia, pues inducen a la esperanza.


Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año”. Charles Dickens. Escritor británico (1812-1870)La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo, y por eso, todo es más suave y más hermoso”. Norman Vincent Peale. Predicador cristiano y escritor (1898-1993)