Hallar lo que trasciende

Manuel García Verdecia

No es poco común una cierta visión deportiva en la valoración del arte y la literatura a la que constantemente me he opuesto. Es la que extrapola apreciaciones del tipo A es mejor que C, incluso D es el mejor en tal género o E es quien representa lo último en tendencias.

Tales valoraciones, además de no tener fundamento real, son nociva, pues trasladan apreciaciones de cronómetro y cinta métrica a un universo que depende absolutamente de discernimientos sutiles, escurridizamente cualitativos más que estrictamente cuantitativos, muchas veces imprecisables e inefables, tal como es el objeto que trata de reflejar: la existencia humana.

Se puede ser un verdadero artista refrescando y empleando eficazmente las herramientas que fluyen en una tradición. Shakespeare confesaba que su arte se limitaba a “vestir viejas palabras de nuevo.” María Zambrano, la asombrosa pensadora malagueña, aseveraba que todo nuevo conocimiento no es más que la actualización en el recuerdo de algo olvidado.

El escritor es un pensador sobre el devenir del hombre. Existir es cruzar un derrotero de tiempo. ¿Hacia dónde? Tal vez hacia otras coordenadas del tiempo. La historia de cualquier nación o época no es más que un resumen de cómo se ha llenado ese tiempo.

La literatura es el arte por la palabra. Mal anda el que lee y no tiene la sensualidad de la palabra. El autor solo se acoge a una norma neutral, distante de excesos dialectales, de modismos del momento, de una oralidad ramplona. Crea una estructura lingüística que rebasa las épocas y las fronteras.

Los personajes vienen a ser expresivas metáforas que traducen ese período temporal. Ahondar en el pozo del tiempo es descubrir lo incambiable y permanente del ser humano. Hurgar en el tiempo para hallar lo que trasciende a él.

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