Últimos coletazos del chavismo

Ugo Stornaiolo

“Ese hombre imperfecto, ese moste de carne echado en la cama, derramándosele el cogote a uno y otro lado por fuera del colchón, es el Mar Muerto que parece estar durmiendo eternamente, sin advertencia a la maldición del Señor que pesa sobre él”, escribía Montalvo sobre Veintemilla en las Catilinarias, en 1882, y le calza bien a Nicolás Maduro de Venezuela.

Maduro, destituido, pero despotricando desde el balcón de Miraflores contra Juan Guaidó (a quien llamó “bobo” y “usurpador”). El joven presidente de la Asamblea asumiendo como presidente en la calle, con el aval de Donald Trump y otros países, excepto México, Cuba, Nicaragua, Uruguay y Bolivia.

El 23 de enero de 1958 cayó la dictadura de Pérez Jiménez y fue el día escogido por la oposición para una marcha que no dejó dudas sobre qué quieren los venezolanos. Guaidó llamó a los militares a ponerse de lado de la Constitución y el pueblo.

Maduro insiste: “Somos mayoría, somos el pueblo de Chávez”. En algunos sitios se destruye monumentos del fallecido expresidente y se ataca las sedes del PSUV, partido en el poder. “Golpe de Estado”, denuncia Maduro y rompe relaciones con EE.UU. “Nos defenderemos a cualquier costo, es una batalla histórica”, advierte Maduro. El ministro de Defensa, Padrino, dice que “no aceptan un presidente impuesto por oscuros intereses”. Los militares –beneficiados en los negocios sucios de Maduro- lo apoyan.

En Barquisimeto, Maracaibo, Barinas y San Cristóbal también se protesta, como en Caracas. Maduro lanza sus contra manifestantes y reprime. Hay muertos. Entre ellos, un joven de 16 años, durante un intercambio de disparos.

Brasil, Colombia, Perú, Guatemala, Ecuador, Argentina, Canadá, España, Costa Rica, Chile y Paraguay desconocen a Maduro. La arenga de Evo Morales cae en saco roto: “No seremos nuevamente el patio trasero de EE.UU.”. La Unión Europea, expectante ante los acontecimientos. El socialismo siglo XXI, modelo creado por Hugo Chávez, que intentó exportar a toda la región, derivó en una dictadura populista que agotó sus fuerzas, mientras Venezuela se desangra y el mundo mira el desenlace.

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