El bucle del tiempo

Mariana Velasco

Francisco ‘el Pájaro’ Febres Cordero, en su primera novela ‘Fatiga’ juega con tres protagonistas, que sacuden una realidad cercana o propia, al desnudar al ser humano cuando experimenta la peor de las enfermedades: la vejez. Rubén, el viudo, Laura su única hija y Olimpia, la empleada doméstica, construyen las imágenes y testimonios del deterioro mental y físico del anciano.

Dolor al aceptar que se sienten extraños en su propia casa, que en cada objeto que miran, lo hacen con duda y miedo y que aquellos enceres que un día colocaron en los más preciados rincones del hogar, hoy son los mayores obstáculos: escalera de caracol, tinas de baño, alfombras, sofás, estatuas, adornos y mucho más.

Hay un quiebre en la historia del núcleo familiar, dónde las edades se acumulan y superponen y el orden natural no tiene sentido: el hijo se convierte en padre de su padre. Impotencia e infinita tristeza, al constatar que nuestros padres ya no caminan sosteniéndose de los objetivos, sino que flotan en nubes. Lentos, temblorosos e imprecisos. Cuánta razón tuvo, Carlos Fuentes, al afirmar que: “tal vez la vejez del padre o madre, es curiosamente, el último embarazo”.

Es en la vejez donde el tiempo se convierte en enemigo, humilla y desprecia. Llegan ‘stocks’ de medicamentos, dentadura postiza, lentes, pañales, olores agrios, audífonos y un arsenal de implementos de supervivencia. Lo lacerante de la vejez es el recuerdo, siempre y cuando el alzhéimer, no pase lista.

Aun cuando decidimos mantenernos en el presente, cuál niño inquieto, el futuro interrumpe, quizá para reflexionar sobre cómo podríamos renovar la esperanza para un tiempo que ya no podremos ver. Mientras relamía las páginas de ‘Fatiga’, comprendí que el pasado y futuro, experimentados juntos, permiten ver destellos de eternidad.

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