¿Engañan las apariencias?

Juan Aranda Gámiz

Vivimos convencidos que hay que esperar pacientes, analizar bien las situaciones y conversar con las personas para descubrir la verdad de la apariencia, porque hay un riesgo encubierto de equivocarnos si hablamos apresuradamente de algo.

Cualquiera, atrevido en sus apreciaciones, espera que su primera impresión no se aleje de la verdad y se atreve a definir una actitud, detallar los puntos cardinales de un gesto o insinuar que el aura es más o menos favorable, a primera vista.

Sin embargo, la mayoría de seres humanos detiene su ímpetu y da oportunidades al otro, porque entiende que hay que quitar la cáscara de la apariencia para descubrir lo que encierra la pulpa de cada ser humano, más o menos agria, rezumante de espíritu altruista o árida en su conducta humanitaria.

Ambos pueden llevar la razón, pero quien analiza objetivamente a otro ser humano no se equivoca en su apreciación primaria si ha estudiado muchos patrones de conducta con la sabiduría de la coherencia y el respeto del saber estar ante los demás.

Es posible que durante el proceso de encuentro se nos demuestre una verdad, aparentemente diferente, con la pretensión de acomodarse al espacio y al tiempo que se vive, en un intento por disimular y esconder sus propias verdades, pero al final siempre aflorará la esencia de la primera impresión.

A pesar de todo es ético esperar a que el otro actúe y se acomode, tras brindarle nuestro espacio de vida sin prejuicios, aunque sin desprendernos de nuestra primera impresión.

Y siempre hay que estar dispuestos a aprender de los demás por las lecciones de vida que nos transmiten, reconociendo que cada ser humano es un mundo interior que puede cambiar acorde a la propuesta de vida que le ofrezcamos y esto pudiera llegar a modificar nuestra “aparente” primera apreciación de la verdad. (O)