‘Otello Hostel’: las páginas que son ventanas

Evelio Traba

Convertirse en escritor es muchas veces un acto de valentía, cuyas implicaciones no suelen tenerse en cuenta; ser bibliotecario y asumir la escritura como oficio, apostar por ella, es sin duda un acto de alto riesgo. El escritor-bibliotecario vive observado por la mirada insomne de los clásicos y a la vez capta ese influjo benéfico de quienes, antes que él, se atrevieron a posponer las urgencias del mundo real para trascenderlas en lides más propicias. Imposible no pensar en Borges o en Proust, quienes convirtieron en grandes estruendos los silencios de las bibliotecas que les fueron confiadas.

El escritor-bibliotecario es un cirujano en tiempos de guerra, el escritor no atrincherado entre libros, un cirujano en tiempo de paz. Puede que entre uno y otro haya diferencias sustanciales en el momento de demostrar su valía, pero es innegable que el primero ha perdido la ingenuidad antes que el segundo. Sin embargo, tener los más altos ejemplos cerca, constituye un aprendizaje, un raro acicate en vez de una limitación. Tal es el caso de César Chávez Rodríguez, (Tulcán, 1970) que no se deja intimidar por lo bueno que le rodea en la biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión de Quito, y aun así, escribe.

Se ha atrevido esta vez con un libro de cuentos distinguible por la orfebrería imaginativa y la pulcritud de estilo, que hacen de él, sin ponderaciones exageradas, un texto disfrutable para el lector y valiente ante el crítico. ‘Otello Hostel’ (La Caracola Editores, 2018), más allá de una compilación de historias deslumbrantes inscritas en ámbitos cotidianos e identificables para cualquier ecuatoriano, es un libro honesto que se destaca por su capacidad para conmover sin auxiliarse de estridencias en materia de técnicas narrativas.

El autor sabe que un disparo certero vale más que toda una pirotecnia de palabras. Es un efecto que consigue en relatos dinámicos como ‘Orígenes’, ‘Casa nueva’, ‘Otello Hostel’, ‘Un encuentro e inventario’. En esas páginas hay una mirada sarcástica y desengañada de la realidad, que no por ello convierte el libro en un objeto amargo: aquí el desencanto aparece revestido de cierta ternura, lo ordinario alcanza un poder de comunicación sincera que termina ganando la simpatía del lector: el lector intuye que esos personajes son seres cercanos, entidades vivas con las que su mundo guarda una cercanía alimentada por rutinas, inconsistencias, altibajos y guiños circunstanciales de lo absurdo como una categoría omnipresente dentro de lo posible.

En una época en la que muchos parecen sobremanera interesados en el ‘golpe de efecto’ que sus libros pudieran generar, César Chávez nos recuerda que la esencia del arte literario está en comunicar, en entablar un diálogo entre perfectos desconocidos. Con su Otello Hostel nos regala el vértigo de asomarnos a páginas que son ventanas: unas dan hacia habitaciones y patios interiores deliciosamente ajenos, otras hacia el umbral de ese laberinto que somos, solos o compañía.

FRASE

César Chávez nos recuerda que la esencia del arte literario está en comunicar, en entablar un diálogo entre perfectos desconocidos”.