Rampira y piquigua, fibras ancestrales para tejidos

LABOR. La sabiduría de José Eleuterio Ayoví Medina, de 72 años, le permitió subsistir tejiendo canastos.
LABOR. La sabiduría de José Eleuterio Ayoví Medina, de 72 años, le permitió subsistir tejiendo canastos.

Canastos, escobas, sombreros y demás artículos son hechos con sabiduría y habilidad aprendidos durante años.

José Eleuterio Ayoví Medina, de 72 años, sorprende con la habilidad de sus manos al tejer un singular canasto. Él mantiene viva la tradición y, aunque no realiza todos sus trabajos con la rampira, como se le llama a la paja toquilla en su estado silvestre; aún conserva la experticia en el armado.

Oriundo de la zona norte, Borbón, subiendo por el río Cayapas, en una localidad llamada Pichiyaku, donde asegura que los pichiyaku se dividen en dos: los negros y los blancos. “Yo soy de los negros, de Esmeraldas, cantón Eloy Alfaro, parroquia Atahualpa”, expresa con orgullo sus raíces.

Herencia de sus padres
A los 14 años, guiado por sus padres Alejandro Ayoví Arroyo (+) y Rosario Medina Nazareno (+) aprendió el arte del tejido, los trabajos manuales con la rampira y la piquigua (bejuco) en la elaboración de canastos, escobas, sombreros, todo de la mano también de los chachis o cayapas, grupo étnico indígena de la zona selvática del norte de Esmeraldas.

Hace dos años, después de haberse quedado sin empleo, José retomó la práctica del tejido, que al principio reconoce le fue complicado, pero la idea siempre estuvo en su cabeza armando el ‘ojo’ del canasto, contando primero seis ‘palos’, luego ocho y así nuevamente hasta conseguir la perfección.

La adquisición de la rampira solo es posible en la zona norte de la ‘provincia verde’, pero la piquigua, con la que también se trabaja, es un poco más difícil de conseguir y más costosa; debe ser encargada a los campesinos de Viche, del cantón Quinindé. Entre ocho y 10 dólares se consigue la rueda de este resistente material.

Un toque de estilo
Actualmente lo que utiliza José para hacer los canastos son las tiras de nylon, que encuentra en los periódicos cada día. Dos horas le permiten concretar una de sus pequeñas obras, como el ‘childén’, nombre que se le da al canasto para capturar camarón, pero de cuatro a cinco horas los más grandes y así se extiende dependiendo de lo que los clientes le soliciten.

“Solo se necesitan los materiales, comenzar a tejer y guiarlos para que no queden desiguales, porque existen algunos más grandes, más finos, más anchos y hay que conseguir de colores para matizar”, añade el hombre, quien llegó hace 48 años a Esmeraldas, también padre de ocho hijos, pero que la vida le ha quitado tres de ellos.

TRADICIÓN. Sócrates Rodríguez Lastra, de 71 años, oferta canastos de piquigua y rampira hechos de la mano de José Ayoví.
TRADICIÓN. Sócrates Rodríguez Lastra, de 71 años, oferta canastos de piquigua y rampira hechos de la mano de José Ayoví.

Ramas medicinales
° De acuerdo con Sócrates Rodríguez Lastra, de 71 años, la piquigua hecha infusión también era utilizada por las mujeres cuando padecían de una inflamación vaginal (vaginitis), otras, en cambio, la empleaban para poder parir, y algunas más, para ligarse.

“Eso se lo hace con el ‘nudo’ de la planta y ahora solo se la consigue en las montañas en la Amazonía”, cuenta con sabiduría Sócrates, quien antes era profesor de Ciencias Naturales, Matemáticas, Geografía e Historia.

Hoy en día se dedica a la venta de canastos y escobas que fueron fabricados por José. Los vende hasta en 18 y 20 dólares los más grandes y las escobas a cinco dólares. También cuenta que tienen una alta demanda y seguirá en aquella profesión que la hacía antes de fallecer su esposa.

MUESTRA. José realiza con rapidez un canasto que antes se hacía con rampira y piquigua, pero ahora el nylon es su más fiel material.
MUESTRA. José realiza con rapidez un canasto que antes se hacía con rampira y piquigua, pero ahora el nylon es su más fiel material.

La historia puede terminar
° A José su padre le enseñó el arte, porque él siempre quiso aprender.Mientras, sus siete hermanos no quisieron seguir la herencia. Ahora sus hijos, dedicados a la Enfermería, la Seguridad y los trabajos ‘todo terreno’, como los llama a la albañilería, pesca y demás, solo lo observan cuando lo visitan, en el sector de Voluntad de Dios, en el sur de la ciudad de Esmeraldas. “Mis hijos me observan tejiendo, pero ‘no le paran bola’. Les he dicho que aprendan, porque cuando me muera y ustedes no lo hagan yo me lo llevo. Si ya me llevo, ya no regreso”, bromea con un cierto tono de verdad.