La industria naranja

Pablo Escandón Montenegro

Pasada la borrachera de que el artículo 98 de la LOC se quede indemne e inmutable, vivimos una bonanza de la industria cultural. Antes, por un momento, los engranajes editoriales, audiovisuales, mediáticos, digitales y patrimoniales se detuvieron. Es un momento para hacer buenos spots y comerciales, con el ánimo subido y la confianza de que ninguna agencia extranjera vendrá a hacer el trabajo de un nacional.

Que no entre la industria foránea, porque aquí nos bastamos y nos sobramos, si no miren el mercado editorial con esa estrategia perfecta de haber minado todas las plazas de venta y distribución para que las transnacionales se vayan. Es un logro de hormiga, porque con el trabajo pequeño se hizo algo inmenso: se fue Planeta, se fue Alfaguara, se fue Norma.

Tanto hicieron, que cada vez se lee menos, no como los publicistas que logran que consumamos más audiovisual ecuatoriano, porque la pieza publicitaria de tal o cual producto, sea llanta o infusión o centro comercial, es símbolo de nuestra cultura, de lo que somos, de nuestra idiosincrasia.

El emprendimiento cultural nos sacará del hueco económico, porque los expertos burócratas de la comunicación, la cultura y el arte hablan de “economía naranja”, como si hacer música, editar un libro, hacer un concierto o una película fuera como exprimir el cítrico y venderlo en la esquina, embotellado y que al actor, al escritor, al pintor, le digan “veci”. Los candidatos hablan de emprendimiento, cultura y valores. Son nuestros “veci”, nuestros “broderes”, “panas”, porque creen en nosotros, porque nos ven como entes productivos de una cadena cultural que genera identidad y, por lo tanto, economía naranja. Así mezclamos todo, porque somos creativos en esta industria, que es todo menos cultural, pero quieren que sea naranja.

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