Austeridades de la Cuaresma

POR: Luis Fernando Revelo

Se cuenta que alguna vez Santa Teresa había sido invitada en uno de sus frecuentes viajes, a casa de unos amigos. Los anfitriones, como suele suceder en estos casos, están fuera de sí por el honor que les produce la ilustre visitante y no saben qué hacer para agasajarla. Se les ha ocurrido, como cosa muy puesta en el caso, prepararle un par de perdices. La santa con el mejor apetito y la mayor tranquilidad, se come aquellas perdices. Y claro, como era época de Cuaresma, no faltó el comentario sarcástico sobre su desparpajo y buen apetito. La voluntariosa Teresa de Ávila, sin mirarles a los ojos les dijo: “Señores, cuando perdiz, perdiz; cuando penitencia, penitencia”

Por supuesto que la Cuaresma nos convoca a todos a la penitencia y a la conversión que no significan el simple dominio del cuerpo y sus apetitos, sino más bien ir perfeccionando nuestro amor a Dios y al prójimo. Donde el amor está ausente y sólo irrumpe el mero cumplimiento, no hay ayuno o limosna, por grandes que sean, que puedan agradar a Dios.

Al ayuno y a la limosna se une la oración. Tertuliano lo dijo: “Solamente la oración vence a Dios”. En una hoja dominical decía:

“Cuaresma es dejar de “comer prójimo” en nuestras conversaciones y dejar la honra de los demás como si las hubieran atacado las pirañas. Cuaresma es dejar de “tragarnos a los peces más chicos” en nuestras conversaciones familiares y laborales. Cuaresma no es “aprovecharse” de los demás para nuestra satisfacción. Cuaresma es, en una palabra, como nos dice Cristo en el Evangelio “arrepentirnos” con hechos de nuestro enorme egoísmo, de nuestra falta de amor y respeto por los demás y “creer en el evangelio” que significa esforzarnos por ajustar nuestra vida diaria a los criterios, en enseñanza y ejemplos de Cristo”.