Por fin Assange

Daniel Marquez Soares

Si apenas la mitad de todos los rumores que rondaban sobre Julian Assange y la información que tenía son verdad, podemos decir que el presidente Lenín Moreno es un hombre sumamente valiente. Temerario y resuelto: de un plumazo acabó con la leyenda del ‘hacker’ intocable, que supuestamente estaba armado de suficientes secretos incómodos como para sepultar, si osaban ponerle un dedo encima, a dos generaciones de políticos ecuatorianos de este tiempo.

Con un “quemeimportismo” medio suicida, barnizado con afabilidad y bonachonería, el mandatario asumió un riesgo considerable y merece respeto por ello. Sin embargo, eso no alcanza para justificar lo que se hizo con el australiano.

Entregar a un asilado es un acto miserable, que refleja esa vieja y mala costumbre gubernamental ecuatoriana de desdeñar la importancia de cumplir las promesas. Se dio en un mal momento para el régimen actual, justo a tiempo para alimentar las teorías de conspiración del expresidente Rafael Correa y sus seguidores, sobre las supuestas condiciones oscuras impuestas por los organismos multilaterales. Como si el Gobierno fuese ahora un bien portado y abnegado capataz a la orden de poderes superiores.

Si optamos por creernos el discurso de la soberanía, la manera como se hizo tampoco estuvo bien. Hubiese sido soberano y digno que la seguridad ecuatoriana de la Embajada colocara a Assange en la calle, a merced de la consecuencia de sus propios actos. En cambio, lo que se hizo, pedir la colaboración e intervención de la policía británica, resulta cobarde y de mal gusto. Parecería una mera formalidad pero, lamentablemente, las formas dicen mucho sobre la verdadera esencia de una persona y, sobre todo, de un Estado.
Las cosas se hicieron mal, pero hay que tener la grandeza de recordar que difícilmente terminará bien lo que jamás debió empezar.

Este descalabro comenzó cuando Rafael Correa, movido por el tozudo y fantasioso deseo de comandar un país internacionalmente protagónico, le abrió las puertas a Assange y metió a Ecuador en una pelea ajena, entre actores grandes, en la que nada tenía que hacer. Al menos, por fin, eso ya se acabó.

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