El carnicero

POR: Germánico Solis

Entre otros propósitos de esta columna, está reconocer a personajes cotidianos, parte auténtica del entretejido social, costumbrista y del acervo de nuestro suelo. Existen personajes que persisten a los cambios, mientras que otros desaparecieron en las crónicas del tiempo, desestimados por los procedimientos industriales, o porque no son útiles a la gran producción y fueron marcados por la fuerza de las leyes del mercado.

Hace algunas décadas era habitual que coexistan cerca de cada poblador en las diversas ciudades, carpinteros, zapateros, sastres, plomeros, relojeros, herreros, panaderos, albañiles, sombrereros, pintores de brocha gorda entre otros oficios, de tal suerte que no era indispensable para salvar los apuros y necesidades, ausentarse a otras latitudes, era cosa de poco tiempo.

En los mercados tradicionales, eran complementarias a la oferta de provisiones las infaltables carnicerías, eran sitios de expendio de una variedad de carnes y cortes utilizados en la comida casera y en los pocos comedores que había en las ciudades. Se colgaban en templados garfios para el aprecio de los compradores, reses enteras o partes de ellas, chanchos, borregos y terneras, era común mirar colgadas las cabezas de ganado con sus astas, o las rojeadas costillas a la intemperie. Los instrumentos usuales hachas, cuchillos de diversos tamaños, la compra era entregada en hojas de papel periódico.

La mayoría de carniceros eran joviales, aunque alguno era observado por sus muecas de severidad. Los diálogos con los consumidores se iniciaban preguntando qué es lo que deseaba. El carnicero ofrecía carne ñuta o hueso, lomo de falda y fino, punta de cadera, patas de las reses, hígados, panza, librillo y caucara. Para asegurar el pesaje justo se utilizaba la romana y las balanzas de colgar.

En la puerta del negocio se acostumbraba apostar una bandera de tela roja, el carnicero usaba un mandil blanco siempre goteado de sangre. Algunos compradores exigían el peso justo y dudaban de manipulación en las balanzas por lo que exigían la yapa. El banco de picar carne era clásico por su dureza, de allí la frase “banco de picar carne” para referirse a las personas insulsas.