El rito del 1 de Mayo

Pablo Escandón Montenegro

Cada primero de mayo recuerdo a mi padre, un verdadero sindicalista, que nunca tranzó con los patronos y que por su “tozudez” y falta de visión política se quedó sin trabajo cuando apenas tenía hijos de 5 y 7 años.

En estas fechas recuerda que los dueños del banco en donde trabajó fueron una gavilla de oportunistas, que crecieron a la sombra del beneficio de un apellido que les llegó gratis y sin esfuerzo. Que se deshizo el banco, no por la huelga que mi padre les montó, sino por la falta de visión en los negocios y por el trabajo deshonesto de los herederos.

Recuerda a quienes lo acompañaron como secretario general del sindicato y mientras los sindicalistas políticos (con carros 4×4 y casas en urbanizaciones de los valles, costa de haber tranzado con los patronos) salen a marchar con esos obreros a quienes ni siquiera conocen.

Él da lustre al único bien obtenido como sindicalista: la placa que, en 1981, luego del mundialito de Uruguay, le extendieran sus compañeros por los servicios prestados luego de su despido. Nunca salió en marchas durante el 1 de mayo; nunca quiso que lo vieran con los “avivatos”, decía él, con los que usaban el sindicato para sus negocios y componendas.

Cada 1 de mayo, limpiar la placa, darle brillo y recordar que no se sirvió de los demás, le da la satisfacción de que cuando camina por la calle, nadie la apunta con el dedo. Por quienes luchó en su defensa, lo recuerdan como alguien honesto que nunca sacó ventaja de su posición.

¡Cuántos de los que marchan hoy, son como aquellas beatas que van a la misa a darse golpes de pecho, pero que no viven el evangelio en sus vidas privadas! Son sindicalistas de ritual que nunca interpondrán el bien común antes que el personal.

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