¿Maduro para rato?

Kléber Mantilla Cisneros

La caída de Nicolás Maduro no prospera en Venezuela por su eficiente aparato de represión política, el apoyo diplomático de Rusia -pese a que lo desconocen 54 países- y su dinámico factor de propaganda anticrisis. Esta semana el denominado Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional allanó la vivienda del opositor Leopoldo López, quien se encuentra asilado en la embajada de España en Caracas junto a su esposa Lilian Tintori y de forma simultánea desarmó a los soldados opositores mientras la lucha en las calles sumaron, al menos, cuatro muertos y 130 heridos. En un real sistema democrático son crímenes de lesa humanidad.

Juan Guaidó, el presidente interino, lideró un fallido alzamiento militar y volvió el suceso una disputa frente a la opinión pública mundial. La televisión venezolana oficialista transmitió la supuesta lealtad del alto mando militar a Maduro mientras las redes sociales viralizaban tanquetas atropellando manifestantes. Las agencias de noticias informaron que los rebeldes acudían a las embajadas de Brasil y Chile a pedir asilo.

Así, las acciones diplomáticas clarifican la guerra fría entre Rusia y los Estados Unidos pero con calentura en las calles de Caracas y las principales ciudades venezolanas. País hermano enredado entre paros y huelgas. De hecho, Latinoamérica siente esa crisis pues se refleja en los índices de migración. Una movilidad humana no planificada que implica asumir problemas sociales, económicos, incluso culturales, servicios básicos e infraestructura. El traslado de la pobreza refleja niveles de criminalidad, desempleo, comercio informal, alterar el sistema educativo, servicios de salud, vivienda, entre otros.

Ante la quiebra del país más rico de la región en recursos naturales, una intervención militar urge porque se vuelve una temática de sentido común pero está paralizado por los intereses de grupos hegemónicos en conflicto. Parte del eufemismo populista convierte una dictadura en patriotismo y a un narco estado en modelo de desarrollo. En definitiva, ¿quién se hace cargo de la deuda externa venezolana? ¿Maduro, el inmortal? ¿Acaso esa crisis no la pagamos todos? ¿Hasta cuándo seguimos de observadores impávidos?

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