Peinar al gato

Patricio Durán

Yo todas las mañanas, antes de leer –vía Internet- los editoriales de periódicos y a sus columnistas, a los 4Pelagatos, antes de revisar Facebook, Twitter, WhatsApp, etc., peino al gato. ¿Ustedes no peinan al gato? Es lo primero. Antes de saber que el Licenciado sigue sin ocurrírsele nada que no sea decretar feriados a lo loco, antes de conocer lo que tuitea otro loco desde un ático belga -Facebook ya no tiene porque lo suspendieron por transgredir las normas de esa red social-. Recordemos que el inquilino del ático transgredió toda ley cuando fue Presidente -era muy hábil en el arte de respetar la ley violándola-.

Antes de conocer lo que ya se veía venir, una consulta de intelectuales para que vuelvan los casinos, los toros -sin considerar que el único intelectual de los toros es el toro propiamente dicho, o sea el único que en la Feria de Quito hace pensamiento y no estética-; antes de todo eso peino al gato, y esos minutos de peinado y sosiego, peinando al peludo de Pochito –nombre que a todos los gatos puso mi madre-, esos minutos de paz, domesticidad y felinidad, ya que no felicidad, no hay quien me los quite. Pochito es una alfombra viva, una alfombra con ojos de oro, un cruce de tigre de Malasia y alfombra ‘Shaggy”, es pequeño, peludo, suave, como el Platero de Juan Ramón.

Yo creo que el Licenciado está también peinando al gato por los pasillos de Carondelet. A los gatos conviene peinarles con un cepillo, de modo que les vaya saliendo todo el pelo que cambian y desprenden continuamente. Si no, el gato, que se lame y asea mucho, va tragando pelotas de pelo y se ahoga. Eso pienso yo que le puede estar pasando al Licenciado, que tiene algo gatuno en los ojos y la conducta, si da en lamerse mucho el lomo y la investidura, puede coger una gastroenteritis con los pelos de la alfombra correísta.