El bono que perdimos

Daniel Márquez Soares

Nos encanta flagelarnos por haber desaprovechado la bonanza petrolera. Sin embargo, no parecemos estar conscientes de la otra oportunidad, muchísimo más importante e irrepetible, que ya se nos escapó: el bono demográfico.

La tasa de natalidad lleva décadas desplomándose en Ecuador. Ya está cerca de la tasa de remplazo y en unas pocas décadas la cantidad de ecuatorianos comenzará a reducirse. No somos, desde hace ya mucho tiempo, un país joven; la edad promedio en nuestra tierra ronda ya los 30 años. El problema, parafraseando a Darrel Bricker y John Ibbitson cuando hablan de China en su magistral estudio “El planeta vacío” sobre el declive de la población mundial, es que nos hicimos viejos sin hacernos ricos antes.

Además de los recursos naturales, tuvimos por décadas una cantidad inmensa de ecuatorianos en edad productiva; sin embargo, la codicia y la ignorancia de un par de generaciones hicieron que ese capital se fuera en gran parte en lujos innecesarios, gastos apresurados e inversión egoísta a corto plazo. Las nuevas generaciones, al ver el mar de deudas y compromisos que heredarán, se verán tentadas por la migración o, peor aún, por un cinismo tan o más agudo que el de los tomadores de decisiones del pasado reciente.

Cualquier ecuatoriano con una preocupación sincera por el bienestar de sus semejantes debería sentir terror ante ese fenómeno. No se trata de que habrán más recursos ni de que “a menos bocas, más nos toca”; al revés, cada vez menos ecuatorianos deberán sostener el sistema del que cada vez más compatriotas dependerán. Habrá menos manos para producir y más bocas para mantener; no serán niños, indefensos migrantes ni humildes receptores del bono, sino bocas de la tercera edad acostumbradas a un nivel de vida digno y con mucha fuerza política.

Ecuador, con keynesiana fe, no ha tenido miedo de la deuda ni al derroche, pero el mismo Keynes siempre solía recordarle al mundo que sus planteamientos eran apenas soluciones a corto plazo para temporadas de crisis. Las soluciones definitivas, decía, venían siempre de la demografía y la tecnología. En tanto la primera no estará para salvarnos, deberíamos apostarle todo a la segunda.

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