Por y para nosotros…

Talía Guerrero Aguirre

Cuando somos hijos, creemos que nuestras madres son eternas y que siempre estarán para nosotros; deduzco que esa idea la concebimos, por la intensidad del amor que nos prodigan, desde que estamos en su vientre y literalmente para siempre.

Y comienza cambiando su hermosa figura por una gran barriga, su cartera por una pañalera, su maquillaje por marcadas ojeras o su tranquilo descanso por largos desvelos; luego transforma cualquier lugar en un hogar tibio y seguro para nosotros.

Se levanta cuando aún no amanece, para enfrentar los problemas de todos como si nada y hace magia para poner siempre pan en nuestra mesa, nos despide con una sonrisa llena de ternura para ir a la escuela o colegio, si somos pequeños y no tiene ayuda va a dejarnos sentados en el pupitre si es posible, para quedarse tranquila.

Cuando puede regresar a casa automáticamente enciende su chip, para comenzar su rutina como hormiguita; lava los platos, barre la casa, tiende las camas, limpia los baños, recoge el desorden, prepara el almuerzo, pone la ropa en la lavadora si hay, sino lava a mano, si tiene un bebé se da tiempo para bañarlo, alimentarlo, cantarle y dormirlo. Y si no, va a su trabajo para ayudar a papá o porque está sola y debe hacerlo por nosotros; a su regreso sigue trabajando, porque ella no puede cansarse, estresarse o ponerse triste, es que tiene varias profesiones que cumplir para vernos felices; maestra, enfermera, cocinera, psicóloga, costurera, plomero etc.

Lo increíble es que jamás pone pretextos para criarnos, cuidarnos, alimentarnos, consolarnos o protegernos; porque es nuestra madre, la que llora callada los dolores de la vida y sonríe como si nunca le doliera el alma, todo por nosotros.

Quizá ya estamos más grandes nosotros y ella; su chip que corresponde al de una verdadera madre, quizá ya no funcione igual que cuando éramos niños, seguramente por el desgaste propio del tiempo. Entonces, permítanme recordarles, que es cuando merece que la cuidemos con amor y respeto; porque será la mayor honra que un hijo grato pueda tener. (O)