Aquello de bautizar al Anillo Vial

POR. Germánico Solís

Hemos escuchado muchos pronunciamientos con relación al nombre que llevaría el anillo vial de la ciudad de Ibarra, actualmente en construcción. Algunos son coincidentes, mientras que otros son totalmente controversiales. Unos nombres responden a aspiraciones razonadas, en tanto otros vienen del disparate. De todas maneras, llegará el día que se bautizará esa vía y se aguarda simbolice la grandeza de nuestra ciudad.

Cuando caminamos por las calles de nuestra urbe, pisamos la herencia, la historia, epopeyas, leyendas y fábulas indiscutibles de este suelo. Todos los lugares evocan la riqueza de un pasado glorioso y en contadas ocasiones de ocurrencias no gratas.

En todas las ciudades sucede igual, cada una tiene identidad y los nombres de plazas o calles responden a sucesos notorios, los conservados por la tradición y en pocas veces originados en intereses particulares. Era común llamar la calle principal como Calle Real, a otras la Calle del Cementerio, y en no pocas veces se asoció llamar las vías por los oficios de sus habitantes, así, la calle de los plateros, de los olleros, de los herreros. En Quito había la calle de los suspiros, la de las siete iglesias.

Con el paso del tiempo y por relievar la trascendencia de fechas u personajes, casi todas las calles de las ciudades ecuatorianas, se llamaron 10 de Agosto, 24 de Mayo, Simón Bolívar, Sucre, Espejo, García Moreno, Juan Montalvo. En otras era merecido llamarlas Primera Constituyente, Primera Imprenta.

En nuestra ciudad aparte de las señaladas, hay nombres de calles y avenidas tan nuestras que son imborrables en el tiempo, Sánchez y Cifuentes, Chica Narváez, Fray Vacas Galindo, Cristóbal de Troya, Mariano Acosta, Pedro Moncayo. La nomenclatura nombra a Atahualpa, a los próceres del 2 de Agosto o a Eloy Alfaro a ciudades de nuestra patria y de repúblicas amigas.

Tratando el tema que titula este artículo, el nombre que lleve el anillo vial, no debe ser motivo de diferencias, sino, de una profundo deliberación y por supuesto en base a una ordenanza, que no caigamos en falsos patrioterismos y sea consensuado por la ciudadanía, lejos de la politiquería enferma o intereses ajenos a nuestra identidad.